1 | El reencuentro que lo cambió todo

412 36 48
                                    

1 | El reencuentro que lo cambió todo


Daniel

—Dan, te estoy hablando.

La voz de James se alza por encima por encima de la música, cerca de mi oído. No puedo evitar sobresaltarme porque, para sorpresa de nadie, no le estaba prestando atención.

—¿Qué has dicho?

—Que Beth está guapísima, ¿no crees?

—Ah, sí. Está mona.

James asiente con efusividad y comenta algo acerca de lo bien que le sienta ese vestido blanco. Yo le doy la razón, aunque no creo haber visto a la chica en toda la noche.

Mi mejor amigo me pasa un botellín de cerveza y me lo llevo a los labios para darle un trago. Me prometo que esta es la última; luego tengo que conducir a casa.

Nunca he sido demasiado fan de las fiestas; no son lo mío. No es nada personal. De hecho, durante un rato incluso llego a pasarlo bien. Me gusta la música, saludar a la gente y bailar, pero, tras un par de horas, tengo el cerebro tan sobreestimulado que no sé dónde meterme.

James sigue hablándome de algo, pero para cuando me he terminado la cerveza apenas he escuchado dos frases al respecto: «estoy hasta los cojones de esta canción de Bad Bunny» y «¿esa no es Hannah?».

Lo más probable es que no hayan ido una seguida de la otra, por supuesto. De todos modos, después de la segunda me ha perdido por completo; no he dejado de mirar alrededor para comprobar si esa persona a la que James ha visto es, efectivamente, Hannah. Y no es ningún secreto que soy incapaz de hacer dos cosas a la vez.

A Hannah, por otro lado, no me cuesta nada reconocerla en cuanto la veo. Da igual cuánto tiempo haya pasado, es inconfundible. Lo primero que me llama la atención es que se ha teñido el flequillo de morado, así como algunos mechones de los que le enmarcan la cara. El resto de su pelo sigue siendo del mismo negro de siempre, liso y hasta la mitad de la espalda.

Eso último debe de ser lo único que no ha cambiado en todos estos años. Por lo demás, lleva botines, medias de rejilla y un vestido corto de tirantes con cuadritos negros y grises que acompaña a cada uno de sus movimientos. Se mece de un lado a otro despreocupada, y la veo dar pequeños saltitos junto a sus amigas y cantar a pleno pulmón, como si estuviese a solas y el mundo entero fuera su pista de baile personal.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que estuvimos en la misma sala?

Baila a unos metros de donde estamos, en la otra punta del salón de Cris (que no es precisamente pequeño). Parece que se lo está pasando genial y no debe de haberse dado cuenta de que estamos aquí, así que me dirijo hacia ella para saludarla.

Antes de poder dar dos pasos, sin embargo, James me agarra de la camisa.

—¿A dónde crees que vas?

—¡A decirle hola! —exclamo, intentando hacerme oír sobre una música que está demasiado alta para mi gusto—. ¿Vienes?

—¡Ni de coña! ¡Y tú tampoco! ¿No ves que pasa de nuestro culo?

—Creo que no nos ha visto.

—Sí lo ha hecho; nos ha mirado antes.

—Puede que le haya dado vergüenza acercarse, o...

Los ojos verdes de James me piden que no ponga más excusas, y sé que en el fondo lleva razón: si Hannah no se ha acercado, es porque no quiere hablar con nosotros.

Entre líneas | ✔Where stories live. Discover now