De las palabras que acallaron sus temores

Start from the beginning
                                    

—El bosque blanco —exclamó Bianca emocionada, admirando la belleza de un lugar que sólo conociera por las historias de su padre.

Se decía que aquel bosque era un lugar sagrado para los seres mágicos, por lo que nunca nadie en el reino se había atrevido a tocarlo o destruir su belleza. Ahí todo era salvaje e indómito, con una belleza irreal. Todo mantenía su pureza, sin el toque de hombre alguno. Ambos se deleitaron con los olores que comenzaron a invadir sus fosas nasales, dulces, provenientes de las flores que crecían en ángulos imposibles sobre ellos. Los frutos eran deliciosas moras blancas, fresas pálidas y toda clase de manzanas que pasaban desde el dorado claro hasta el perla suave. Algunos eran simplemente inidentificables.

Una extraña paz se apoderaba de ellos mientras se internaban cada vez más, bajo las sombras nevadas de las copas. Bianca probó todo lo que aquel lugar podía ofrecer, atreviéndose incluso a acercarle una pequeña cereza a la boca de Alex, quien, sorprendido, la comió sin despegar la vista de la muchacha. Ruborizada por lo que fuera que la hubiese incitado a hacer eso, dio vuelta la vista y continuó juntando cerezas en su mano. Sabía que no quedaban más de dos jornadas de viaje y por extraño que pareciera, a pesar de tener miedo de lo que podía ocurrir, lo que más le preocupaba era que la barrera entre ella y el muchacho fuera imposible de flanquear. Lo observó largo rato, mientras caminaba detrás de él, dejando que su corazón se entibiara con cada pequeño gesto que el chico realizaba, soñando despierta con sus dedos enredándose en su cabello, con sus besos en el cuello, con su voz profunda.

Recordó las palabras que Alex le dijera durante el baile, preguntándose si ese sentimiento seguía vivo después de los últimos acontecimientos.

Nunca fue una chica romántica, no por falta de deseo, sino por falta de oportunidad. Prefería dejarles esos sentimientos a las princesas que rescataba y vivir como si todo aquello le fuese indiferente. Pero Alex hacía que su alma galopara a mil por hora. Y antes de que el príncipe pronunciara aquellas palabras en el baile, ella ya sabía que estaba loca por él. Bianca no era como todas las chicas, eso lo sabía. No tenía idea cómo actuar de forma romántica, ni como decir palabras parecidas a las de Alex, aunque las sintiera igualmente en su estómago y en su corazón. En cambio, tomó coraje, porque no quería morir con la duda, porque quería al menos una vez en su vida, saber lo que era ser amada en todo el sentido de la palabra. Así que haciendo de tripas corazón, se plantó en el pasto y dijo:

—Alex, creo que estoy enamorada de ti.

Quiso salir corriendo apenas abrió la boca. «Ay no, no, ¡No!», se reprendió mentalmente, incapaz de mover un músculo, pues su segundo de coraje se fue al demonio tan rápido como llegó.

Alexander se había paralizado en su sitio, dejando caer el puñado de fresas que llevaba en la mano, las que rodaron sin rumbo, libres de la mano del chico que trataba que su corazón no escapara por su boca. Se dio vuelta con demasiada lentitud para el gusto de ambos, hasta quedar a unos cuantos metros de ella, mirándola como si le hubiesen crecido antenas sobre la cabeza. Las mentes de ambos quedaron en blanco durante largo tiempo, mirándose como bobos de un lado a otro, incapaces de articular algo coherente.

—¿Estás segura? —preguntó el príncipe, como si con eso se cerciorara que ella seguía siendo ella y no la había poseído un espíritu del bosque.

—No me hagas repetirlo por favor. Siento que algo va a salir desde mi estómago hasta mi garganta —dijo Bianca, dejándose caer como una estrella de mar sobre el pasto. Alex avanzó nervioso y se dejó caer junto a ella en la misma posición, mirando las hojas que bailaban como si se divirtieran a lo grande con aquel espectáculo.

—No soy buena hablando Alex y creo que si digo algo la voy a regar. Pero lo lamento. No quise mentirte y sé que te utilicé, al menos al principio. Pero no quiero morir sin haber dicho lo que siento ¡Ni siquiera sé que se hace cuando se está enamorado! Además, he tenido pésimas lecciones al respecto. —Alexander rio ante la explicación de la caballera, su primera risa desde que huyeron de la mansión Ashford y Bianca se sintió un poco mejor, aunque se estuviese riendo de ella.

—Yo siempre creí que la vida era muy simple Bianca. Que un día iba a ser rey, que me casaría con una chica atractiva, que todos me amarían y en cambio mírame. Jamás podré perdonar todo lo que ocurrió, porque no soy un santo. Pero eso no significa que me arrepienta del curso que tomaron las cosas. Si pudiese vivir de nuevo, solo imagino que fuera contigo. Supongo que eso significa que a estas alturas no solo creo estar enamorado. Sé que lo estoy —dijo el muchacho, sonriendo suavemente mientras la brisa desordenaba su cabello.

—Que desastre somos. —Bianca tanteó el pasto hasta dar con la mano de Alexander, acariciando su palma con los dedos.

—Ni lo menciones. A ratos pienso, que si cierro los ojos muy fuerte, puedo pretender que estamos en otro sitio, que somos felices. Luego los abro y seguimos acá.

—Podría ser peor ¿No?

Los dos se largaron a reír sin control, burlándose de sus destinos hasta quedar quedar agotados pero satisfechos. El príncipe volteó a mirarla y poco a poco se acercó arrastrándose con suavidad, hasta quedar sobre su rostro. Con ternura bajo la mirada por sus labios, acercando los suyos hasta tocar los de Bianca, primero llenando su boca de besos fugaces, intensificándolos de a poco, y cada vez más. Bianca suspiraba, olvidando cualquier cosa que no fuese el rostro de Alex, quien la tomaba entre sus brazos con calma, sin prisa, llenándola de mariposas, provocando que su piel se convirtiera en plumas suaves, cosquilleando en sitios que a Bianca le parecieron un regalo del cielo.

Alexander le dijo tantos te amo como estrellas en el firmamento y la chica le regalaba notas musicales de tanto en tanto y pequeñas travesías de su nariz por su pecho. Había tan poco tiempo y tantas sensaciones nuevas por conocer. Siempre había escuchado a las princesas soñar con un príncipe que las hiciera sentir aquellas cosas. A Bianca no le importaba si Alex era un rey o un mendigo, pues estaba segura que sus manos hacían arte en las curvas de su espalda. Poco a poco su ropa se deslizó como magia entre sus dedos, formando olas de colores sobre la hierba, llenando sus cuerpos de un rocío propio de los amantes. No había nada más que ellos y una música suave de sus bocas entre aquellas flores imposibles que los separaba de la bóveda azul sobre sus cuerpos.

Alexander la amaba, la amaba con locura y pensó que si la muerte fuese al menos una pizca de lo maravilloso de aquel momento, el se entregaría sin cordura a sus brazos. No podía imaginar algo más perfecto que a la chica que le robaba suspiros infantiles, que con ese ímpetu había logrado encender una llama que ni el mismo sabía que existía. Ella era todo lo que un aventurero pudiese pedir de un mundo como ese.

Sus almas encontraron que la única barrera que quedaba entre ambas eran sus cuerpos y se fundieron mientras Alex trazaba constelaciones con sus besos, llevándola desde Ignus hasta Septeia. Y Bianca supo que había encontrado aquel, con quien formase un lazo que ni la fuerza más impetuosa del mundo podría destruir.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Where stories live. Discover now