De las palabras que acallaron sus temores

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Bianca esperó que Alex se calmara, pero el chico parecía poseído por una rabia ciega. Y es que la idea de que Bianca hubiese estado bajo el dominio de Marius por tres largos años lo ponía enfermo.

Bianca continuó hablando en un intento de calmar el frenesí que se apoderaba del chico, pero no obtenía grandes resultados. Aun así, prosiguió. Le contó cómo liberó a Wolf, habló sobre los buenos recuerdos de su padre, le explicó incluso el funcionamiento de las poleas. Lo que fuera con tal de que el príncipe borrara esa mirada asesina de su rostro.

Las horas pasaron, mientras el monólogo de Bianca se transformó en murmullos apagados, hasta quedarse dormida sobre las pieles bajo el abrigo de las flores luminiscentes. Alex no lograba conciliar el sueño. Ya no sabía en qué creer; si en las palabras de Bianca, en los hechos que había presenciado en la mansión Ashford, en la voz de su conciencia o en la inocencia de su hermano. Era complejo tratar de entender todo lo que había pasado bajo sus narices, la de su padre, la de sus hermanos y la de tantos otros nobles del reino sin que ninguno reparase en ello.

«Pero algunos si lo hicieron»pensó con amargura al recordar el destino de aquellos hombres y mujeres valientes como Timo White, que fueron cruelmente ejecutados por saber más de lo debido. Miró a Bianca dormir y aunque aún sentía rabia por el actuar de la muchacha, por haberle ocultado tantas cosas, por haberlo utilizado para conseguir su venganza, no la podía seguir odiando. Estaba locamente enamorado de ella, aunque mintiera, insultara y se comportara como un borracho de taberna, admiraba su loco y valiente corazón, su carácter y esa capacidad de mantener su alma inquebrantable, a pesar de todo y de todos. La contempló con tristeza, deseando haberla conocido en otro tiempo, otras circunstancias, otro universo, si eso hubiese sido posible. Las luces del amanecer dotaron su rostro de un tono ceniciento y Alex se acercó con sigilo hasta acostarse frente a ella, conciliando por fin el anhelado sueño con la imagen de su rostro impreso en el fondo de su mente y su alma.


La mañana era pacífica en la vegetación, donde algunos animales se desperezaban y buscaban alimento, mientras las aves cantaban sobre las ramas de los abetos. Pero Alex y Bianca no despertaban; la noche anterior los había agotado más de lo que un carácter por muy resistente que fuera, podía soportar. El amanecer dio paso al mediodía, cuando una hoja perdida cayó sobre la mejilla de Bianca despertándola en el proceso. Abrió sus ojos con pereza, encontrándose con sorpresa el cuerpo de Alex pegado al suyo. Su pecho comenzó a saltar descontrolado, impidiéndole tragar o respirar. Podía ver su nariz inhalar y exhalar de forma acompasada, sus labios entreabiertos, su cabello alborotado sobre su frente y sus pestañas largas, envidiablemente largas y deseó tocar su rostro.

Pero las leyes de la naturaleza siempre han sido imperiosas y Bianca necesitaba orinar.

Movió a Alex con cuidado, sin mucha suerte, pues el chico se despertó alarmado con el movimiento, derribando a Bianca una vez más contra el pasto en el proceso.

—¡Alex! —gritó la muchacha alarmada y sonrojada, recibiendo por toda respuesta una incómoda disculpa por parte del chico, mientras ella se incorporaba y corría en busca de un lugar privado.

Avanzaron en un silencio diferente a los anteriores, pues ya no había aquella culpa latente de parte de Bianca ni aquel juicio constante de parte de Alex. En cambio el haberse liberado de las anteriores emociones, los dejó con aquello que se esconde tras los muros del miedo. El paisaje comenzó a variar y cada vez las flores eran más exóticas y particulares, mientras los árboles perdían por completo su color llenando el ambiente de hojas blancas como la nieve y algunas plateadas que brillaban de forma enceguecedora a la luz del atardecer, cambiando de color como gemas preciosas.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Where stories live. Discover now