De la verdad oculta

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El interior del armario era sofocante, y el espacio bastante más reducido que su apariencia. Bianca podía sentir el cuerpo de Alexander chocando contra su derecha, aprisionándola junto a su pecho, mientras este subía y bajaba con cada dificultosa respiración. A su espalda, Max trataba de mantenerse lo más alejado posible de ella, sin grandes resultados, pues en el proceso asfixiaba a Tristán contra la madera del viejo mueble.

En la habitación podían escuchar alrededor de unas siete voces, de diversas edades, entre hombres y mujeres, que por sus afectadas inflexiones se delataban como nobles de todos los rangos. Alexander pudo identificar la voz de la duquesa de Borneo, una mujer horrorosa, que trataba de empujar a sus hijos a la línea de sucesión de las maneras más extrañas que alguien pudiera imaginar. El chico comenzaba a sospechar de que se trataba todo el asunto y podía sentir una opresión helada en su pecho, que comenzaba a extenderse por su cuerpo, a pesar de tener a Bianca apretada contra él.

—Bien, ya que todos estáis en vuestros lugares, es hora de comenzar —Marius hablaba con un tono relajado, que no engañaba a nadie en la habitación, pues era impropio del hombre referirse en términos tan suaves para con otros.

—Creo que esta vez cruzaste la línea Marius ¡Nos pusiste en peligro a todos! —exclamó un noble que Max identificó como el Marqués de Thomson y Burk. Un hombre que le recordaba a un gnomo enojado, con sus trajes siempre en matices verdes acompañando su pequeña estatura.

—Estoy de acuerdo con Dedalus, te extralimitaste en tus decisiones Marius. No todos son tan estúpidos como para tragarse un ataque de bárbaros por segunda vez. Las personas están haciendo preguntas. Hace dos noches, Lady Vera me comentó el horroroso accidente y lo mucho que le recordaba a la masacre de hace diez años. Algunos nobles están atando cabos y temo que el tiempo está en nuestra contra—dijo una mujer, que por su voz parecía ser más joven que los otros hombres y mujeres del lugar.

—Por mucho que las palabras de Lady Laura suenen extremistas, yo también estoy de acuerdo. No sé cómo se supone que seguiremos con el plan, si no tenemos noticias del paradero del príncipe Alexander y encima cometiste esta atrocidad en contra de tropas reales ¡Por todos los cielos, mataste a Leo! —Max comenzó a temblar ante la mención del guardián de Phillip, una de las víctimas de aquel ataque que ahora comprobaba, no había sido un accidente.

Desde hacía unas cuantas semanas, coincidiendo con la desaparición de Alex, Marius había estado actuando de formas extrañas y Max, siendo perceptivo, era el tipo de persona que captaba las mentiras como piedras negras entre piedras blancas. Nunca había confiado demasiado en el hombre al que obligaran a llamar su guardián, aun menos al haber sentido gran cariño por White quien había sido como un segundo padre para él. Al igual que Alex, tenía plena conciencia de que Timo había sido un buen hombre, por lo que siempre guardó reservas en cuanto a sus opiniones para con Marius. Pero las continuas desapariciones del hombre coincidían siempre y sin error, a diferentes atentados, robos y catástrofes humanas en la corte, curiosamente, contra personas importantes para el reino. Y aquello a todas luces, no podía ser una coincidencia.

La alerta del príncipe se encendió, cuando dos semanas atrás, su guardián sugirió frente al rey la posibilidad de imponer a Max la corona, ante las faltas de decoro de Alexander, idea que por supuesto el rey había desestimado, pues Alexander no había cometido grandes faltas, más allá de sus deslices casuales. Y aunque Maximillian no se había manifestado frente a esa sugerencia pues una parte de él si deseaba ser rey, jamás habría osado lucir la corona a costa de su hermano. Max siempre había admirado el espíritu libre de Alexander y aunque no compartiera sus andanzas ni forma de ser, la idea de arruinar su vida de esa forma lo ponía enfermo.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Where stories live. Discover now