De una dolorosa traición

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Si había una cosa que Bianca White aprendió sobre Marius durante todos esos años era que si estaba furioso, una buena idea era correr.

Y eso fue precisamente lo que hizo. Rauda como una estrella fugaz se quitó los tacones que llevaba en sus pies, precipitándose hacía las escaleras en busca de Alex antes de ser alcanzada por Marius. Los invitados se volteaban a ver a la muchacha causante de semejante alboroto que pasaba descalza entre los nobles golpeando lo que se interpusiera en su camino, llevándose por delante copas de burbujeante vino, bandejas con cerdo asado, fresas con chocolate, una mujer robusta que quedó botada en el piso mostrando su ropa interior y unas cuantas muchachas en zapatos demasiado altos para su bienestar.

Los insultos iban y venían a su alrededor sin que la chica pudiese encontrar a su rubio acompañante por ningún lugar. Pero no importaba que tan rápido corriera, aquel vestido era un estorbo, y pronto vio al general furioso sobre las escaleras, gritando a todo pulmón

—¡Guardias apresadla!

Una docena de guardias cerró la escena y Bianca sin perder el tiempo rompió el borde de su vestido para poder luchar sin ese enorme y pomposo estorbo. Exclamaciones de espanto siguieron su actuar, pues las mujeres se abanicaban mientras gritaban por ayuda y los hombres se mostraban anonadados por semejante descaro en una muchacha tan joven.

Bianca tomó la espada corta que escondía entre los pliegues de su ropa y sin siquiera pestañear la desenvainó frente a los guardias.

Estaba acorralada y sus chances de salir ilesa o siquiera viva de aquella situación eran escasas.

Y Alexander miraba con horror cómo a cada paso los hombres cerraban el círculo entorno a la muchacha.

Una cosa era que él estuviese furioso con Bianca y deseara sacarle el corazón a mordiscos. Y otra muy diferente era dejar que muriese a manos del malnacido de Marius. Sabía que las circunstancias eran perfectas para que él escapara por su cuenta, pero no podía pensar en nada que no fuese una forma de salvar a la muchacha que hacía que su corazón retumbara dolorosamente dentro de su pecho. Miró a su alrededor tratando de formular un plan lo suficientemente ingenioso para librarla de su suerte y huir con ella en un abrir y cerrar de ojos. Pero parecía que la suerte los maldecía en todas las formas posibles y Alex entendió que su oportunidad de sacarla viva, era un arma de doble filo. Al mismo tiempo sopesó otras opciones, a sabiendas que no había otra salida que poner precio a su cabeza de manera pública y traer la deshonra a la corona.

Toda su vida fue preparado para ser rey. Fue instruido en las artes militares, en el gusto por lo refinado, en la práctica para dar órdenes y por sobre todo en el liderazgo para gobernar. Le enseñaron cómo dejar que su mente tomara las decisiones correctas, como juzgar y cómo hacer cumplir su palabra. Pero jamás se detuvieron a pensar en la única cosa que llevaría a Alexander derecho a la ruina: Enseñarle a dominar su corazón.

Buscó la mirada de Bianca y con un nudo en el estómago formó en silencio la única palabra que los liberaría y enviaría derecho a la horca al mismo tiempo.

«Corre».

Bianca comprendió casi al instante que era lo que estaba planeando y horrorizada observó al chico quitarse la máscara y bramar con todas sus fuerzas.

—¡Deteneos en nombre de la corona!

Fue apenas un instante, más rápido que una exclamación de sorpresa, en que una serie de acontecimientos ocurrió como si de una partida de dominó se tratase.

Los guardias voltearon sorprendidos al encontrarse cara a cara con el príncipe Alexander Van Blast. Marius se congeló en su sitio, incapaz de borrar la expresión atónita de su rostro. Las muchachas miraron al chico como si de un apetitoso trozo de carne se tratara y los hombres compusieron posturas acordes al hombre frente al cual se encontraban. Y en esos pocos segundos de distracción, Bianca corrió alejándose del círculo que se había formado a su alrededor hasta quedar codo a codo con el muchacho que estaba dispuesto a tirar su vida por la borda con tal de que ella viviera. Alexander desenvainó su espada y Bianca tomó su mano libre con la suya y como si de dos espíritus sin cuerpo se tratara, salieron de aquella habitación ante los ojos de los nobles más importantes del reino.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Onde as histórias ganham vida. Descobre agora