Traición y renacimiento

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CAPÍTULO 23

Después de aquel día, las cosas tomaron un rumbo sombrío. Los teléfonos quedaron bloqueados, aislándome más de mi tía. Mi hermano, por su parte, confirmo cada palabra que mi prima había dicho, lo que me dejó perpleja al ver su verdadero rostro por primera vez.

Las dudas comenzaron a nublar mi relación con él.

Mi padre me llamó a los dos días y me dijo que no me preocupara de nada, que me acordara de las palabras de mi madre que decía; la familia, somos nosotros, tu marido y tu hermano y su novia.

Las conexiones con mi padre continuaron, pero el verano fue difícil. Mantener el contacto con mi tía, una figura cercana a mi madre, era vital, pero incluso eso resultó duro.

En medio de esto, las sombras de una herencia que, hasta ese momento, no había ocupado mi mente, empezó a preocuparme.

El otoño trajo de vuelta la relación con mi tía, a pesar de que su hija no quería, el cariño de mi tía por mí seguía siendo evidente.
Pero ya es mayor, aunque está en muy buena forma, pero con su edad depende de sus hijos, en especial de mi prima, la cual tiene a mi tía como una reina, siempre fue buena hija, eso no se lo quita nadie, pero su toxicidad y desprecio por los demás no tiene límites.

Durante ese otoño, trabajaba horarios largos y los malentendidos telefónicos continuaron.
La relación con mi cuñada se deterioró sin razón aparente y mi hermano también evitaba hablar conmigo.

Yo no entendía nada, por eso insistí, mi hermano inventó una mentira atroz: afirmó que había escuchado una conversación en la que hablaba mal de él con mi madre. Eso era algo imposible.
Jamás había dicho nada malo de él y por la parte de mi madre jamás lo hubiera permitido.

El año avanzaba y en noviembre, empezaron ciertas incomodidades físicas.
La revisión médica llevó a una prueba que no esperaba: una relacionada con el papiloma virus.
Mi sorpresa fue grande, ya que pensé que con la operación y demás pruebas estaba curada.


Pero en diciembre, con el peso de los recuerdos del último año con mi madre en mente, recibí de nuevo otra mala noticia durante la Navidad: el resultado de la analítica volvía a ser positivo.

Tenía otra vez cáncer, esta vez de vejiga.

En medio de la situación familiar, la soledad se convirtió en mi compañera constante. Las Navidades eran especialmente dolorosas, ya que me habían apartado de todos.

Pero antes de eso, el 6 de diciembre, durante un puente en mi ciudad, mi hermano y su novia solían hacer viajes juntos. Al ver fotos de su novia en otro país opiné que lo estaban disfrutando y mi padrastro me lo confirmo.

A los pocos días hablé con mi tía, ella había estado de viaje y le, comente lo feliz que me hacía saber que habían estado todos de viaje.

De repente me contesto gritando; no, eso no es verdad, tu hermano no se ha ido de viaje mentirosa y claro yo me quedé en shock.
Llamé a mi padre le dije;
— donde está mi hermano?
—no sé, me dijo que dentro de unos días
—Papá, eso es mentira, la novia se ha ido con su madre y mi hermano ha estado conmigo todo el tiempo
—quién te lo ha contado?
—eso es igual, me has mentido deliberadamente.

Mis sesiones de relajación con mi amigo, el que vive en Berlín, me ayudaban a sobrellevar el estrés.

Mi prueba positiva en diciembre marcó un momento crítico. Decidí pasar Nochevieja con mi padre y mi esposo, pero mi hermano y su novia me excluyeron deliberadamente.
Fue un golpe duro, pero también un punto de inflexión.
Me di cuenta de quiénes eran realmente y de su toxicidad en mi vida.

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