CAMINA PARA VIVIR

URGENCIAS

CAPÍTULO 13

los días, horas y minutos se arrastraban por mi cuerpo, pesadamente, teñidos de ansiedad y temor.

Después del TAC que le realizaron a mi madre en urgencias, las atenciones fueron rápidas y gratificantes por parte de las doctoras.

El único y gran problema que había era que debido a la metástasis teníamos que dar la quimioterapia enseguida y como consecuencia no se podía operar el tumor del colon.

Esta situación mantuvo a mi madre sumida en un dolor constante, dejándome atrapada en un ciclo desgarrador de visitas a urgencias, con la amenaza constante de una posible obstrucción, pendiendo sobre nosotros como una espada de Damocles.

Como ya conté anteriormente, yo vivía lejos de mi madre, entonces cuando llegó la hora de dar la quimioterapia, le comenté a la doctora que si podíamos dársela en el hospital que estaba al lado de la casa de mi madre, así sería más cómodo para ella y mi padre y hermano podrían acompañarla.

Curiosamente, ni mi padre ni mi hermano asumieron la mayor parte de los cuidados de mi madre.
Fue la madre de la novia de mi hermano, quien la llevó al hospital cada vez que era necesario.
A esta mujer le estaré eternamente agradecida por su apoyo en esos momentos difíciles.

A su generosidad, le debo una gratitud eterna por su inestimable ayuda en esos momentos tan duros y turbulentos.

Mientras tanto, yo me enfrascaba en una búsqueda desesperada de soluciones, explorando conexiones médicas y recorriendo lugares inverosímiles en busca de una luz que pudiera disipar la sombra que nos envolvía.

Fue entonces, en medio de este torbellino emocional, apareció una amiga de la infancia, que también es doctora.
Desde el primer momento, se volcó con nosotras en cuerpo y alma, ofreciéndonos su sabiduría como Doctora, su apoyo, y en los peores momentos como gran apoyo emocional.

Sus palabras sugirieron que podría haber una solución, arrojando un rayo de luz y esperanza en medio del abrumador caos.