MADRID-LEON

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CAPÍTULO 4

A los dieciséis años, En la mañana del 22 de diciembre, un día que debería haber estado lleno de la calidez de la temporada navideña, todo cambió de repente.
En la penumbra opresiva de mi habitación, un silencio sepulcral reinaba,
De manera súbita y sin aviso, un resplandor mortecino iluminó la estancia, revelando la figura de mi madre.
Su rostro, estaba desfigurado en una mueca demoníaca de ira desenfrenada.
La luz reveló las profundas arrugas que se habían formado de repente, como si años de rencor hubieran sido tallados en su piel en un instante. Con pasos lentos, pero decididos, se acercó a mi cama y sus manos se cerraron alrededor de mi cuello con una fuerza inhumana.

El terror me inundó mientras me sacaba de la cama con una fuerza que parecía sobrenatural, como si una fuerza oscura la impulsara. Mis extremidades se agitaron frenéticamente, mis manos buscando en vano cualquier punto de escape.

Mis pensamientos se convirtieron en un caos de pánico mientras mi mente luchaba por comprender lo que estaba sucediendo.

Las horas pasaron lentamente mientras mi confusión y desesperación aumentaban. Lágrimas rodaban por mis mejillas mientras gritaba suplicando que me abrieran la puerta, rogando por algo para abrigarme y una explicación de por qué estaba pasando esto. El silencio fue la única respuesta que obtuve, incluso mis vecinas optaron por ignorar mi angustia.

No hubo piedad.

Cinco largas horas después, una prima llegó finalmente, trayendo algo de luz a mi situación desesperada. Sus palabras crudas, pero honestas, resonaron en mis oídos:

"Esto es lo que hay, tus padres no te quieren, y a partir de ahora debes aprender a buscarte la vida sola"

Sabía que este día marcaría el comienzo de un viaje desconocido y desafiante. Aunque las razones detrás de la abrupta expulsión seguían siendo un misterio
Creo que pase un mes durmiendo en el sofá de mi tía, fue mi refugio provisional, antes de emprender un nuevo capítulo en León, junto a mi abuela y mi tía, la soltera.

La confusión y el dolor de aquel día nunca se desvanecieron por completo. Jamás recibí una explicación por parte de algún familiar.

Yo era un adolescente y estoy segurísima que no hice ningún mal a nadie y si me equivoqué en algunas cosas, que seguro que me equivoqué, no había razones para actuar así, porque ellos eran adultos y yo era una adolescente.

Mi madre se había deshecho, como de una bolsa de basura, sin darme algo de abrigo, ni comida y no fue un arrebato, durante años, ni pregunto por mí.

Parte de familia se enfadó con ellos, otros se hicieron los sordos y el resto me daba por un caso perdido. Pero como las gotas de lluvia que finalmente despejan el cielo, con los años pudieron comprobar que era una mujer trabajadora incansable, que había prosperado y que humanamente sé que tengo mucho más corazón que algunos de ellos.

Mi abuela y mi tía estuvieron unos años sin hablarse con ellos.

La confusión y el dolor de aquel día nunca se desvanecieron por completo. Jamás recibí una explicación adecuada sobre por qué mi madre me había arrojado a la calle de esa manera.

Como buenos narcisistas, volvieron a exculparse de todos sus deberes como padres, echándome la culpa a mí (no sé de qué, era una adolescente).

Mi padre, narcisista, susurraba palabras al oído de mi madre, también narcisista y tomaba la voz cantante en la sinfonía de acusaciones. Sus palabras eran veneno, hilando falsas historias sobre mí, pintándome como una villana en un cuento que solo existía en su mente.

Pero Jamás en mi vida he robado, me he metido en peleas o problemas, nunca he sido agresiva o me ha detenido la policía con drogas o algo peor. JAMÁS

Cuando falleció mi madre finalmente reuní el coraje para preguntarle a mi padre. La respuesta que obtuve fue desconcertante: "Eras muy desobediente y siempre llegabas 10 minutos tarde cada noche". Mi mente quedó en blanco por un momento ante su justificación insólita.

Sin embargo, no podía conformarme con una explicación tan superficial, así que insistí, buscando entender más allá de lo evidente. Mi pregunta resonó en el aire: "Pero algo más tuvo que suceder para que me dejaras en la calle a los 16 años, ¿verdad?". Su respuesta, invariable y frustrante, se mantuvo constante: "Esa es la razón". Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, dejándome perpleja y con más interrogantes que respuestas sobre el oscuro episodio que marcó un punto de inflexión en mi vida.

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