Deslicé la mirada por su perfil, admirando aquellos rasgos marcados y varoniles, los cuales avergonzaban al mismo hércules. Terminé mi análisis en la boca, la misma que comenzaba a curvarse lentamente.  

—Deberías limpiarte la baba—Me imitó, girando su cabeza. Tuve que tirar de todo mi autocontrol para no tirarme sobre él al ver la media sonrisa que lucía.  

—Podrías limpiármela tú—Elevé ambas cejas, fanfarrona.  

—Insolente y atrevida...—Murmuró, alargando una mano para atrapar un mechón de mi pelo entre sus dedos—Algún día podrías quemarte, Ana.  

Como de costumbre sentí el cosquilleo al escuchar mi nombre con aquel acento tan... seductor.  

—Una suerte que me guste el fuego.  

Nuestras miradas permanecieron unidas, retándose. La excitación crecía a cada nanosegundo y no dudaba de que si nos encontráramos en un lugar más intimo, la ropa habría desaparecido.  

Soltando una gran cantidad de aire por la boca abandonó mi pelo y retomó la distancian entre ambos. Dirigió su atención nuevamente a los críos, quedándose pensativo durante unos largos minutos. Daba la primera mordida a la galleta del cucurucho, cuando oí:  

—Yo no podría.  

Arrugué el ceño al encontrarme sus ojos mirándome.  

—¿El qué no podrías?—Inquirí un tanto perdida.  

—Llevar una relación como la que tú llevas con tu hermana.  

Su confección me sorprendió y no por sus palabras, sino por que estaba tocando un terreno personal, el cual había vetado. Pensé en no responderle o hacerlo con alguna estupidez, pero necesitaba hablar, desahogarme de alguna manera y el ruso era el más a mano que tenía.  

—¿Y crees que yo si puedo?  

—Es lo que estás haciendo.  

—Esto no es agradable para mí, Alekséi—repuse, indignada ante su contestación—Me encantaría poder presentarme en la casa de Invonne, ver a mis sobrinos, sentarme con ella a tomarme un café, hablar de la vida y de nada, pero... No quiero que pienses que estoy intentando victimizarme, porque no es así, pero ella es... Invonne es doña perfecta y todo lo que haga o deje de hacer yo le parecerá mal. Y créeme, a mí más que nadie, me encantaría tener una buena relación con ella.  

Bizqueé al ver el pasmo en su rostro. ¿Es qué ese hombre creía que yo era una bruja o un ser sin alma?  

—Tienes un muy mal concepto de mí—Le dije a la vez que me ponía en pie, más dolida de lo que me gustaría reconocer. Tiré el resto del helado a la basura y encaré al todavía silencio Alekséi—Tengo que regresar a la oficina.  

No esperé a que se despidiera, simplemente me eché a andar, dejándolo a él en el banco. Realmente nunca me había importado lo que la gente pensara o dejara de pensar sobre mí, ellos no me iban a dar de comer. Además, mi vida era mía y solo yo decía como vivirla, no obstante, no iba a negar que el juicio que tenía el ruso sobre mí no me molestara.  

—Ana—Me detuve, girándome para mirarlo. Seguía sentando con la única diferencia de que sonreía ligeramente—Soy más de Batman.  

Mis labios se curvaron y olvidando los prejuicios erróneos que se había creado, dije:  

—Buena elección, ruso.  

En mi oficina llevé acabo el ritual de siempre; me descalcé, coloqué los tacones bajo la mesa y gemí de gusto cuando mis pies tocaron el frío suelo. Una vez preparada encendí el Mac y centré toda mi atención en ultimar algunos detalles de eventos próximos. Lamento Boliviano de los Enanitos Verdes se encargaba de amenizar la tarea, haciendo que de vez en cuando olvidara mi trabajo y comenzara a cantar:  

Probablemente nuncaWhere stories live. Discover now