Después de la comida china, cuando llegó el momento de acurrucarnos en el sofá, no pude evitar inquietarme al estar tan cerca de él. Lo había extrañado tanto que el mero roce allí sentados hacía que mi cuerpo reclamara porque se entregara totalmente a mí. Tras tantos años de relación, me alegraba comprobar que seguía generando en mí aquellas sensaciones. Aun así, traté de aguantar el tipo durante la película y no fue hasta que llevábamos la mitad, más o menos, que no comencé a introducir la mano por el interior de su camisa de forma furtiva y a acariciar su abdomen con suavidad, acercándome de forma peligrosa a su pelvis.

Sin embargo, cuando me dio por mirarle, comprobé que se había quedado dormido. Suspiré, decepcionada.

"Es normal. Debe estar cansado." Me dije. "Mañana será otro día."


*

Pasamos el día siguiente paseando por Valencia agarrados de la mano. Estuvimos caminando por el paseo del río Turia, observando las flores de los puentes y los naranjos que decoraban las barandillas. Le enseñé el Mercado Central y otros lugares que tampoco me había dado tiempo a visitar en el mes que llevaba allí viviendo. Comimos por el centro y en todo el tiempo no dejamos de hablar. Se notaba la distancia que había aparecido entre nosotros por mi plaza allí, pero me alegraba sentir que podía exprimir hasta el último momento con Fran sin que se hiciera pesado.

Volvimos a casa a media tarde para cambiarnos de ropa, pues habíamos dicho de salir a cenar y luego tomar algunas copas. Estaba tan emocionada que me sentía como una adolescente que salía por primera vez en la noche y tomaba su primer cubata.

Cubrí mi cuerpo con un vestido color hueso, de manga larga y cuello redondo. El pelo decidí dejarlo suelto y debajo de mis lentes tenía los ojos maquillados de tonos marrones y los labios pintados de un tono tierra caliza.

—Qué guapa estás —comentó Fran antes de salir del apartamento.

Él se había puesto una camisa de cuadros y unos vaqueros.

—Lo mismo digo.

Fuimos en taxi hasta Ruzafa y cenamos en un restaurante muy elegante. En el aperitivo, tomamos unos vermuts y, después, pasamos al vino tinto. Yo pedí salmón y él carne.

—Todavía no me has comentado nada de cómo van las clases.

Me quedé paralizada. Lo cierto era que evitaba sacar ese tema, porque de un modo u otro, me recordaba a Marc y a su insolencia. Y a lo inconsciente y estúpida que había sido.

—¿Qué quieres que te cuente? —respondí de forma evasiva.

—Pues, no sé. ¿Qué tal la Universidad y los alumnos?

—Pues muy bien, bastante buenas instalaciones, aunque no perfectas. Y los alumnos bien, en general no dan problemas —dije mientras me llevaba un bocado a la boca—. Algunos profesores me han informado de las aulas más conflictivas, pero por fortuna yo no he tenido problema con eso.

Era mentira, por supuesto. Pero antes morir que hablarle de Marc a Fran.

Ese chico había muerto —metafóricamente— para mí.

—Me alegro entonces. La verdad que estaba un poco preocupado.

Aquel comentario llamó mi atención. Dejé mi tenedor sobre el plato, con el trozo de pescado ahí pinchado.

—¿Un poco preocupado? ¿Por qué?

—Hacía tiempo que no trabajabas de profesora y has estado bastante deprimida, temía que al estar aquí sola recayeras.

Noté una punzada en el corazón al darme cuenta de lo preocupado que estaba por mí. Extendí mi brazo para agarrar su mano.

—Tranquilo... Sabes que si volviera a estar mal, tú serías el primero en saberlo.

—Te quiero, Silvia.

De nuevo, la humedad se concentró en mi mirada.

—Y yo.

Después de la cena, fuimos a un pub que nos había recomendado la camarera que nos había servido. Estaba a apenas dos calles de allí y era un lugar elegante, con una barra enorme y asientos acolchados. El portero nos dejó pasar en seguida y tomamos asiento al lado de una de las ventanas. El lugar era famoso por los cocteles y estaba claro que era una de las cosas que iba a tomar.

—Buenas noches. ¿Qué desean tomar?

Cuando me volteé para mirar al camarero, decidida a pedirme un BloodyMari, se me secó la garganta al ver a Marc, vestido con una camisa blanca y tirantes, dando golpecitos en el comandero con el extremo del boli.

A juzgar por cómo abrió los ojos, supe que a él también le había sorprendido verme allí. Aunque pronto cambió la expresión de sorpresa por una sonrisa burlona. 

Mala MaestraWhere stories live. Discover now