Capítulo 11

6.3K 387 24
                                    

SILVIA

Aquella tarde me tomé mi tiempo para pensar en lo que me había dicho Marc. En cuáles eran mis límites. Ni yo misma los tenía claros. Cogí una libreta y me puse a imaginar diversos escenarios. Empezaba desde o más convencional, e iba ascendiendo en aquello que mi mente alcanzaba a dibujar. No se me ocurrían cuáles podrían ser mis límites. Lo que más me gustaba era que me dejara en evidencia. La humillación era mi placer culpable. La violencia física, más allá de aquellos azotes... No creía que fuera de mi agrado. Un golpe fuerte, hecho con el único fin de lastimarme... Aquello por mucho que fuera en el sexo no era de mi agrado.

Decidí hacer una lista de las cosas que sí que estaba abierta a hacer. La mayoría eran nuevas para mí. Mi experiencia sexual era limitada y pese a los años que llevaba con Fran, no habíamos experimentado nada nuevo.

Cuando pensé en él, sentí un nudo en la garganta y no pude contener las ganas de llorar. Sin duda estaba siendo muy mala persona, una egoísta. Haciendo una maldita lista de cosas que estaba dispuesta a hacer con mi alumno.

Al día siguiente no coincidimos en el centro, pero sí que me escribió aquella misma tarde para preguntarme si ya lo tenía todo claro. Aún no había pensado en una palabra de seguridad, pero estaba claro que tenía que ser algo reverentemente absurdo que poco tuviera que ver con una relación sexual.

De nuevo, me sorprendí a mí misma pensando en eso.

Qué rápido había cedido a su chantaje, a sus provocaciones, a sus manos grandes, a su atractivo... Céntrate, Silvia, maldita sea.

Marc: Quedamos mañana y me cuentas.

Yo: ¿Dónde?

Marc: Donde digas.

Finalmente, el punto de encuentro fue una cafetería. Yo llevaba gafas de sol y ropa casual. Me permití llevar el cabello suelto, pero solo para ocultar un poco mi rostro. Llegué antes que Marc, así que me permití escoger un asiento en una esquina para llamar la atención lo menos posible. Al poco, cruzó la puerta. Tardó en dar conmigo.

—¿Por qué llevas gafas de sol a las seis de la tarde dentro de un local?

—Porque no quiero que nadie me reconozca.

Él se echó a reír.

—Te prometo que no he dado aviso a la policía, nadie te va a arrestar.

—Tú ríete, pero yo podría meterme en un buen lío.

—No es para tanto. Somos adultos.

—¡Ahora no me vengas con eso después de hacerme chantaje!

—Buenas tardes, ¿qué desean tomar? —la camarera me sorprendió.

Me encogí sobre mí misma y aparté la cara por inercia.

—Yo una Coca-cola, por favor —respondió Marc.

—Yo un té verde, por favor —murmuré.

Cuando la camarera se marchó, él volvió a hablar.

—Tranquilízate y dime cuáles son tus límites.

Apreté los labios y comencé a rebuscar en mi bolso. Le extendí un folio doblado en cuatro partes. Él lo abrió con cierta expectación y después arrugó la frente de forma exagerada.

—¿Qué? ¿Todo esto? —Dio la vuelta a mi hoja para mostrármela—. Pero si parece que hayas escrito tu testamento.

Di un manotazo al folio para que lo bajara.

—Son las cosas que estoy dispuesta a hacer, idiota.

—Comprendo —dijo mientras se dedicaba a leer con atención.

—Es que esto es nuevo para mí, no tenía muchas cosas claras, así que vi más fácil escribir lo que sí haría.

—Bueno, está bien. Por algo se empieza. —Sus imperfectos y atractivos dedos se pasearon por su mentón—. ¿Y la palabra?

Suspiré.

—Le he estado dando vueltas. Está claro que no debe ser fuera de ese contexto, así que se me ha ocurrido que podría ser... Fabada.

El gesto de su cara fue tan ambiguo, que podría afirmar que había puesto cara de póquer.

—Desde luego que has elegido algo que se aleja de todo concepto de sensualidad.

Sonreír satisfecha.

—Lo sé.

—Ya puestos a poner nombre de comida nacional. ¿Por qué no paella? Que estamos en valencia.

Me hizo gracia y no pude evitar reírme. Tuve que llevarme la mano a la boca para no ser muy ruidosa. A veces me reía muy alto.

Cuando levanté la vista, mi corazón se detuvo al encontrar una sonrisa cálida en el semblante de Marc. Sus ojos azules me miraban con ternura, y todos esos rasgos que lo hacían resultar peligrosos, se esfumaron para transformarse en algo completamente alentador. Estaba segura de que esa sonrisa me perseguiría más veces de las que me gustaría.

—B-bueno —trastabillé—, si ya está todo claro. Podemos irnos.

—Aún tienes la mitad del té y yo de mi refresco. Además, te he traído un regalo.

—¿Un regalo?

Por un momento, me hizo ilusión.

Abrió su mochila con tranquilidad y sacó una caja del tamaño de un libro de edición de bolsillo.

—Aquí tienes.

Fui a abrirlo, pero su mano me detuvo.

—Mejor ábrelo en casa.

—¿Por qué?

Su mirada se fijó en mí y, aun con su mano sujetando mi muñeca, guardó silencio varios segundos hasta que lo rompió con un suspiro.

—¿Cómo puedes ser tan inocente para algunas cosas y luego dibujar esas cosas pervertidas?

Me ruboricé de la vergüenza.

—¡No digas tonterías! —exclamé y guardé el paquete en mi bolso.

Él dio un trago a su bebida.

—Es la verdad, pero creo que eso es lo que me gusta de ti.

Sentí un ligero atisbo de emoción y alegría ante aquella frase. Él pareció leerme la mente, así que se apresuró en hacer una mueca.

—Obviamente no desde una perspectiva romántica, solo morbosa.

Sentí cierta decepción, pero no debía mostrarlo.

—Más te vale. —Colgué el bolso en mi hombro—. Bueno, voy a pagar y me voy. Tengo cosas que hacer.

—¿Vas a hablar con tu novio? —Su repentina pregunta me puso tensa.

—¿Y ahora qué dices?

—Cuéntale lo que te he regalado.

—Eres insoportable —espeté alejándome a la barra para pagar.

No me acerqué a despedirme cuando me fui.

Una vez en casa. Saqué rápidamente el paquete, le quité el papel de regalo y palidecí al encontrar un vibrador cápsula.

Era un maldito descarado.

Abrí la caja y dentro dejó una nota.

"Yo tengo el mando, tú el consolador. Está completamente cargado. Mañana llévalo puesto a clase. Nos vamos a divertir mucho."

Mala MaestraWhere stories live. Discover now