Cierro la puerta detrás mío y respiro tratando de eliminar los nervios que me producían estar sola con Max.

—Luna, como Luna Lovegood de...

—Harry Potter— Max completa mi oración con una sonrisa.

Asiento, también con una sonrisa.

Max comienza a ver todas las fotos que tengo colgadas en la pared.
Algunas son mías con mi padre, otras con Charles, unas con mis amigas, en otras solamente soy yo después de una victoria o en el podio.

En unos estantes al lado de la chimenea están la mayoría de mis trofeos y cascos que he usado a lo largo de toda mi carrera.

—En esta foto te ves preciosa— dice señalando una foto en la que estoy solamente sonriendo a la cámara.

Recuero esa foto, Charles la tomó el día que me dieron la noticia que sería oficialmente piloto de Mercedes.

Ese día estaba almorzando con Charles, días antes había tenido una reunión con Toto, en la que me había pedido que usara el simulador.
Charles tomó la foto porque sabía que querría recordar ese día para siempre.

Salgo sonriendo enormemente pero mi mano está a punto de ser llevada a mi boca para taparla del asombro.
Mis ojos brillan.

Así que cuando Max hizo ese comentario mis mejillas se tornaron rojas.

Sus ojos mostraban sinceridad, su cabello seguía ligeramente despeinado, su mandíbula marcada y con esa barba de unos pocos días.

No tuvo que decir algo, simplemente vi sus labios y después sus ojos.
Me apegó a su cuerpo y simplemente tomé sus mejillas y lo besé.

Ya no eran besos suaves ni lentos, eran desesperados, como si nunca antes nuestros labios se hubieran juntado.

Jamás nos habíamos besado así y debo admitir que amaba la sensación.
Max bajó sus manos de mí espalda hasta mis caderas.

Besos cada vez más intensos.
Max me arrinconó contra la pared, enredé mis manos en su cabello.

Sentía mi rostro arder, no quería que esta sensación se alejara de mi.

Cuando nos separamos, su pecho bajaba y subía, sus ojos azules no apartaban la vista de los míos.

Casi me sentí desnuda frente a él.
Respiré antes de volver a unir nuestros labios, sus manos tomaron mis mejillas.

El ladrido de Luna nos separó, corrió a la puerta.

Era solo un ave que había pasado volando en la ventana.

Me acerco a la entrada para ver si no había sido otra cosa la que ocasionó el ladrido.

—¿Todo en orden?— dice Max saliendo de la sala.

—Solo era un ave— digo, restándole importancia.

Caminé de nuevo en dirección a Max.

Su cabello seguía despeinado y tenía los labios ligeramente rojos.
Tenía la necesidad de seguir besándolo, pero sentía que si lo hacía, jamás me separaría de él.

Anxiety | Max Verstappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora