Me encerré en uno de los cubículos del aseo de profesores. Con rapidez y algo de torpeza, me bajé las bragas, blancas y estándar. Después, me liberé del sujetador. Cuando salí del compartimento con mi ropa interior en las manos, tuve que asegurarme que no había nadie. Dejé el sujetador sobre el lavabo y le hice una fotografía. En aquel momento reparé en que a través de la camisa blanca, se marcaban e incluso apreciaban mis pezones. Traté de que mi trenza cubriera uno de ellos. Con el otro solo podía andar con las manos cruzadas tratando de que no se notara.

Salí del aseo con mis bragas hechas una bola en mis manos. Estaba nerviosa, con la piel de gallina, y la cara roja.

Fue entonces cuando Luis se cruzó en mi camino.

—Silvia. ¿No tenías clase?

Me quedé paralizada por un segundo.

—S-sí. Voy ahora. Es que he tenido un pequeño percance.

El arrugó la frente en un gesto de preocupación.

—¿Va todo bien?

—¡Sí! —exclamé retomando el paso—. Nos vemos.

Regresé al aula notando el aire rozar mi intimidad. Al entrar, Marc estaba apoyado en mi escritorio.

—¿Qué haces aquí?

—No se enfade, profesora. Tan solo estaba preparando el proyector y conectado el HDMI a su ordenador.

No esperaba ese comentario.

—Gracias...

Su mirada se deslizó a mis pechos y después a mi mano. Se giró de modo que dio la espalda al resto de estudiantes y simulando mirar el ordenador una vez más, tomó mi prenda. Aprovechó esa posición para llevárselas a la nariz y olerlas. Su mirada perversa sobre mí.

—Justo así olían mis dedos el otro día —susurró.

Mis pezones se erizaron como respuesta.

Aparté la mirada.

—Puedes regresar a tu asiento.

Apagué las luces y comencé a mostrar los ejercicios en el proyector. Los alumnos iban saliendo a explicar brevemente las conclusiones que habían extraído. Yo trataba de estar atenta lo máximo posible a lo que decían, pero no dejaba de pensar en que estaba allí en pie, en pose formal, con mis manos entrelazadas frente a mi torso... sin bragas.

Quién me iba a decir que iba a ser así mi segunda semana de trabajo.

Cuando llegó el turno de Marc, noté como una vibración en mi entrepierna me avisaba de lo terriblemente sexy que era con solo una mirada y una sonrisa descarada.

En lugar de colocarse al otro lado de la mesa, como todos, se puso al lado mío, obligándome a dar dos pasos de distancia. Comenzó a hablar con tranquilidad y, de nuevo, ni una palabra de lo que decía. Solo hacía caso a sus gestos, a cómo se humedecía los labios, a lo bien que le quedaban los piercings en su armónica cara...

Mierda. No debía pensar en eso.

Al acabar la clase, todos los alumnos se marcharon. Marc se demoró a propósito en guardar las cosas, para asegurarse de que no quedaba nadie más que nosotros.

Se acercó a mí con la mochila colgando de un hombro.

—Lo has hecho muy bien —dijo.

—¿Qué necesitabas hablar?

Por más que estuviera disfrutando de esa absurdez inmoral, de que se burlara de mí, necesitaba fingir que tenía orgullo cuando tenía mis momentos racionales. Aunque con él al lado duraran poco.

—Tan solo quería aclarar algo importante. —Tomó aire—. Ahora somos amo y sumisa, o algo así. A ti te gusta que te humillen, y eso voy a hacer. Porque me encanta ver esa cara que pones cuando te provoco, es adictiva.

De nuevo, ese comentario obligándome a juntar más las piernas.

—¿Eso era todo?

—No, me gustaría saber cuáles son tus límites.

—¿Mis límites?

No me había parado a pensarlo.

—Sí. Tómate un par de días para pensarlo. También en una palabra de seguridad, ya sabes.

Madre mía. Eso iba en serio.

—Está bien.

—Genial, voy a irme. Pero antes... —Se acercó a cerrar la puerta—. Pon tu cuerpo contra la mesa y levántate la falda.

Tragué saliva.

—Pero... Podría entrar alguien.

Su mirada se volvió oscura.

—No me hagas repetírtelo.

Asentí con la cabeza y con timidez, hice lo indicado. Toda mi vergüenza a su vista.

Escuché cómo se reía de mí con maldad.

—Te parecerá bonito ir así por la universidad.

Un escalofrío me recorrió por sus palabras.

Él se aproximó hacia mí. Entonces, me dio una cachetada y di un brinco por la impresión. Toda mi intimidad vibró como reacción.

—Menuda indecente, poniéndole el culo a su alumno. ¿Qué pesarían de ti el resto de profesores?

—Tú me lo has pedido.

Me dio otra palmada ligeramente más intensa, una que me hizo gemir.

—No me repliques.

Mis piernas temblaron del deseo que sentía. Pero de nuevo no calmó mi lujuria. Volvió a colgarse la mochila.

—Te escribo mañana.



***

Huy...


Mala MaestraWhere stories live. Discover now