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❝ Nos hemos ayudado el uno al otro, ¿no?... ❞
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La música sonaba fuerte, la multitud estaba reunida en las gradas, Emma sentía sus nervios a flor de piel, la última prueba ganar o perder.
Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:
— ¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: en primer puesto con noventa puntos ¡la señorita Lyra Black, del colegio Hogwarts! — sus compañeros y familia aplaudieron y vitorearon fuertemente por ella.
— Empatados en el segundo puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, tambien ambos del colegio Hogwarts! — los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro. — En tercer lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! — más aplausos. — Y, en cuarto lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!
Emma pudo distinguir a duras penas, en medio de las tribunas, a sus padres junto a los Maximoff, Peter y Yelena que aplaudían a Fleur por cortesía.
Los saludó con la mano, y ellos le devolvieron el saludo sonriéndole.
— ¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Lyra, Harry y Cedric! — dijo Bagman. — Tres... dos... uno...
Dio un fuerte pitido, y Emma, Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto.
Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto la castaña traspaso la entrada.
Emma se sentía casi como si volviera a estar sumergida. Sacó la varita, susurró «¡Lumos!» Después de unos cincuenta metros, llego a una bifurcación y tiró por el camino de la izquierda.
Oyó por segunda vez el silbato de Bagman: Krum acababa de entrar en el laberinto. Emma se apresuró. El camino que había escogido parecía completamente desierto. Giró a la derecha y corrió, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista.