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¡Me vi a mí misma, pero creí que era mi madre!...
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— ¡Ya salen! — exclamó Hermione.
Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la cabeza.
Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las raíces, seguidos de Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Emma, Harry, Hermione y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo.
El corazón de Harry comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un momento a otro pasaría la nube y la luna quedaría al descubierto...
— Harry — musitó Emma, como si adivinara lo que pensaba él. — Tenemos que quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.
— ¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? — dijo Harry en voz baja.
— ¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? — le atajó Hermione.
— Créeme, yo también quisiera atrapar a esa maldita rata — comentó Emma.
— No podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No deben hacer nada más! — les dijo Hermione.
— Está bien.
La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio del césped. Luego las vieron moverse.
— ¡Miren a Lupin! — susurró Hermione.
— Se está transformando — susurró Emma.
— ¡Hermione, Emma! — dijo Harry de repente. —¡Tenemos que hacer algo!
— No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo.
— ¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí!
Hermione ahogó un grito.
— ¡Rápido! — gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak. —¡Rápido! ¿Dónde vamos?
— ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro! — dijo Emma.
— ¡Volvamos a la cabaña de Hagrid!—dijo Harry. — Ahora está vacía. ¡Vamos!