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❝¡Esto debe ser una maldita broma!...❞
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—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Ron a Emma, Harry y Hermione cuando hubieron terminado el desayuno y salían del Gran Comedor.
—Aún no hemos bajado a visitar a Hagrid— comentó Harry.
—Bien —dijo Ron.— mientras no nos pida que donemos los dedos para que coman los escregutos…
— Sí nos pide eso, les voy a entregar tus dedos — comentó Emma.
Llegaron a la cabaña. Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang respondieron al instante.
—¡Ya era hora! — exclamó Hagrid, después de abrir la puerta y verlos. —¡Creía que no se acordaban de dónde vivo!
—Hemos estado muy ocupados, Hag… —empezó a decir Hermione.
Hagrid llevaba su mejor traje peludo de color marrón (francamente horrible), con una corbata a cuadros amarillos y naranja. Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas.
— Wow. ¿Que acaso mataste un... — comenzó a decir Emma, pero fue interrumpida por un codazo de Hermione, para que no hiciera ningún comentario.
—Eh… ¿dónde están los escregutos? — dijo Hermione.
—Andan entre las calabazas —repuso Hagrid contento.—Se están poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.
—¡No!, ¿de verdad? —dijo Hermione.
—Sí —contestó con tristeza.— Pero están bien. Los he separado en cajas, y aún quedan unos veinte.
—Bueno, eso es una suerte —comentó Ron. Hagrid no percibió el sarcasmo de la frase.
Se sentaron a la mesa mientras Hagrid comenzaba a preparar el té, y no tardaron en hablar sobre el Torneo de los tres magos. Hagrid parecía tan nervioso como ellos a causa del Torneo.
—Esperen y verán — dijo, entusiasmado— No tienen más que esperar. Van a ver lo que no han visto nunca. La primera prueba creó que te va a encantar, Emma… Ah, pero se supone que no debo decir nada.