Me enciendo otro cigarrillo al llegar a su lado, copiando su postura sobre la pared.

—Tienes que dejar de ligar con todas las chicas que se cruzan en tu camino, Alex. —Cameron me golpea el brazo para llamar mi atención.

—Yo no estaba ligando.

—Claro que lo hacías, apuesto a que Rose te ha dado su número de teléfono.

Constatando su afirmación con una media sonrisa, meto la mano en el bolsillo y saco el pequeño papel arrugado con nueve dígitos escrito, hondeándolo delante de sus narices. Cameron suelta una carcajada y yo me lo guardo de nuevo, esta vez en el bolsillo trasero de mis vaqueros.

—Pero yo no estaba ligando, era ella quién lo hacía. —Cameron alza las cejas sin creerme. —Y además lo hacía de una forma muy penosa.

—Estabas poniendo ojitos. Casi suplicabas por su número.

—Ya sabes que yo no hago eso para ligar, no es mi estilo. —Niego con la cabeza remarcando mi rotunda negativa y Cameron se empieza a reír. —¡Joder! Ni siquiera sé cómo se hace eso de hacer ojitos.

Mantengo la mirada a Cameron, tratando de hacer esa expresión. Apenas un segundo después, estalla en una carcajada y me pasa su brazo por los hombros.

—Amigo mío, no te puedes hacer una idea cuánto os echaba de menos a ti y a tu enorme ego.

Consigo quitarme sus brazos de encima y le golpeo en el brazo controlado la fuerza. Cuando suelto la última calada, oigo el suspiro de dos chicas al pasar a mi lado. Me recorren con la mirada y yo aprovecho la oportunidad para dedicarle una sonrisa. Cameron me mira con los ojos entrecerrados.

—¿Qué? No he hecho nada. —Me encojo de hombros con cara de inocencia pero sin poder evitar soltar una risa burlona al oír las quejas de Cameron.

Prendo otro cigarro cuando se acaba el que tengo entre los dedos, volviendo a apoyar la espalda contra la pared e inhalando el humo. Observo todo a mi alrededor mientras Cameron me enumera los beneficios de dejar de fumar y me doy cuenta de que nada ha cambiado.

Tras cuatro años viajando por toda Europa siguiendo una beca deportiva, decidí volver a Jacksonville a terminar mi último año de la universidad. Me faltaban nueve meses para graduarme en literatura a pesar de que hacía tiempo que había dejado de interesarme estudiar. Me había ido bien como boxeador en Europa, había ganado una buena suma de dinero, y había decidido volver con la intención de presentarme al torneo profesional de boxeo nacional. Cuando lo ganase, conseguiría dar el gran salto a la liga internacional, y entonces comenzaría lo bueno.

Me paso una mano por el cabello, revolviéndolo a su paso, y presiono mi tercer cigarrillo seguido contra la pared, dejando esta vez un círculo negruzco que no me molesto en intentar ocultar. Me acerco a Cameron y le doy una palmada en la espalda a modo de despedida.

No he dado dos pasos cuando oigo a Cameron llamándome a mis espaldas.

—¡Eh! ¿No empezabas hoy las clases? —Grita cuando se da cuenta de que mi intención no es cruzar la calle para llegar a mi facultad.

—Nunca voy el primer día. —Respondo elevando las manos a modo de disculpa. —Da mala suerte.

Veo como los ojos de Cameron se ponen en blanco sin ni siquiera esforzarse en persuadirme para que cumpla con mis obligaciones como estudiante y me de la vuelta para acudir a la primera clase. Sabe que nunca voy los primeros días.

Cameron siempre ha sido el responsable de nuestra hermandad. El que se preocupa por los demás el mismo número de horas que yo dedico a salir de fiesta, a conocer a chicas y competir.

El reloj de muñeca me marca las nueve de la mañana, por lo que tengo todo el día por delante para instalarme de nuevo en la hermandad, terminar de organizar las matrículas del último año y organizar mis sesiones de entrenamiento semanales.

Me subo en el coche, me coloco las Rayban sobre los ojos enciendo la radio, con Habit, de Laurell, sonando a todo volumen. Varias cabezas se giran para mirarme, pero yo ya he acelerado hacia mi primera parada.

Decido empezar por visitar el gimnasio local, aquel que me dio la fama hace cinco años, antes de comenzar a viajar por Europa, y aquel en el que quiero seguir entrenando. Ahí tuve mi primer contacto con el mundo del boxeo, a la temprana edad de trece años, dónde un patrocinador se fijó en mí y consiguió elevarme por encima de resto.

Agarro el volante con una mano al pararme en un semáforo en rojo y me remuevo para conseguir meterme la mano en el bolsillo trasero de mis vaqueros, sacando el papel doblado con el número de la secretaria apuntado. Ni siquiera me esfuerzo en recordar cómo se llamaba.

Se me escapa una sonrisa al leer los nueve dígitos, pero no tengo ninguna intención de llamarla. Lo rompo en pequeños pedazos que se escapan de entre mis dedos cuando el semáforo cambia a color verde y piso el acelerador.

A pocos metros de distancia, cambio el pie al pedal de freno, pisándolo al fondo al darme cuenta de que acabo de golpear algo.

O peor aún, a alguien.

Me cago en la puta.

Golden BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora