Epílogo

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Después del asadito en Chascomús, siguieron viaje hasta la playa.

A Sofía le encantaba mirar el mar y su hijo había crecido disfrutando de la arena y de la espuma de las olas sanclementinas. Sus padres —cinco años más viejos—, estaban felices de pasar tiempo con su nieto. Simplemente, lo adoraban.

Mientras María del Carmen miraba desde la orilla al chico que jugaba en el agua, Sofía pensaba en el verdadero propósito de su vida.

Ser madre era su meta cumplida.

Tener a su hijo era lo único que necesitaba para ser feliz.

Porque el verdadero amor era el de un hijo y no el de una pareja.

Lo había aprendido tarde, pero lo había entendido al fin.

Sentir al chico mamando de sus pechos había sido la experiencia más maravillosa que la vida le había regalado jamás. Así como las pataditas dentro de la panza, aquellas que había experimentado contadas veces pero que recordaría para toda la eternidad.

—¿Ya desististe de tener un novio? —la chicaneó su papá y Sofía rio con ganas.

A lo lejos, María del Carmen traía de la mano a su nieto, envuelto en una toalla.

—Para qué querría un novio, si ya tengo una familia.

Alfredo asintió con la cabeza, orgulloso de su hija, y María del Carmen llegó agitada, para desplomarse en la reposera.

—Este nene me tiene loca. No quería salir del agua.

Sofía simuló un regaño.

—La próxima vez, hacele caso a tu abuela.

—Sí, mamá —respondió el chico de mala gana y se puso a llenar un balde con arena. Le encantaba armar castillitos y decorarlos con caracoles.

A lo lejos, la jauría jugaba a morder las olas. Sofía se bajó los lentes de sol para mirar mejor a los perros. No habían cambiado nada; se veían tan libres y joviales, como si no hubiese pasado el tiempo.

En su mente, aún oía los aullidos.

Y aún recordaba el momento en que su vida entera había cambiado por completo.

—¿Y si adoptamos un perrito? —soltó el niño, intuyendo sus pensamientos.

Sofía le devolvió la mirada y sonrió. 

En su rostro ya no había un par de ojos almendrados, sino unos negros, profundos, infinitos.

—¿Qué te parece si mejor armamos nuestra propia manada? —La madre redobló la apuesta y señaló con la cabeza a la jauría—. ¿Qué opinás, Lautaro? ¿Te gustaría?

LA CHICA DE LAS VELASWhere stories live. Discover now