XI

29 2 2
                                    

—No me gustan los baby showers —respondió Lucrecia y el silencio se volvió palpable.

Tras notificar a la empresa acerca de su embarazo, Flavia se ofreció a preparar un baby shower en el salón de usos múltiples de su edificio. Sin embargo, Sofía aún no terminaba de responderle; no se sentía para nada cómoda con la propuesta.

Las veces que se había visto obligada a participar de esa clase de festejos, había tenido ganas de salir corriendo. Mujeres jugando a ser madres, madres dando cátedra de su oficio, hombres apostados en un rincón —huyendo del griterío femenino— y una competencia atroz por demostrar quién sabía más sobre la maternidad, como si todas estuviesen entrenadas en traer hijos al mundo.

—A mí tampoco me gustan —reconoció Sofía, mientras pintaba una jirafa en la pared de la habitación—. Nunca falta el desubicado que te dice: "¿y vos, para cuándo?", sin saber con qué está lidiando la persona a la que le hacen esa pregunta de mierda. ¿Y si es estéril? ¿Y si se muere de ganas de tener hijos y no puede? ¿Y si no tiene pareja? ¡Dios! ¡Me sacan esos comentarios!

—Tranquila... —la voz de Lucrecia sonó calma, pero apagada—. No te lo van a volver a preguntar.

Se miraron un momento y, de repente, ambas se echaron a reír.

Era cierto. Sofía se había mordido la lengua tantas veces ante aquella pregunta insalubre, que la rabia contenida aún la corroía por dentro.

—Flavia se va a enojar si le digo lo que pienso —habló por fin—, pero que no quiero que otras mujeres tengan que bancarse ese momento de incomodidad. Además, si vos no vas a venir...

—Si hacés uno y me invitás, voy.

—Acabás de decir que no te gustan.

—Si no voy, me lo vas a recriminar por el resto de tu vida.

—¿Ves? —Sofía agarró un color más oscuro para pintarle los detalles a la jirafa—. Así como vos hay muchísimas mujeres que no se sienten cómodas con los baby showers y terminan yendo igual, para que la futura madre después no diga que le están haciendo un desprecio a la criatura.

—Pasame más pintura —le pidió Lucrecia y Sofía se dio cuenta de que alguna inquietud escondía bajo aquel semblante triste.

—¿Dije algo que...?

La habitación era chica pero confortable.

Sofía había encargado una cuna de segunda mano; no podía darse el lujo de adquirir ningún producto nuevo. También había preparado una cajonera y una cómoda para ubicar los juguetes y la ropa que fuese consiguiendo. Y después de mucho pensarlo, optó por decorar las paredes con dibujos de animales en la selva. Quería neutralidad en el cuarto de su bebé.

—La habitación de Lautaro va a ser celeste —le dijo Lucrecia, como si hubiese respondido a sus pensamientos—. No va a quedar tan linda como esta, pero prefiero lo tradicional —y continuó dándole otra mano de pintura a la cajonera.

Sofía comprendió que su amiga ya no quería continuar con el tema anterior. Era evidente que algún pensamiento o recuerdo la perturbaba.

—Avisame cuando tengas todo y te ayudo —soltó con una sonrisa.

—Se va a encargar mi hermano, no te preocupes. —Lucrecia le devolvió el gesto, aunque no parecía genuino—. Te mando fotos cuando esté terminada.

Le llamaba la atención que Lucrecia fuese tan reservada; quizás por eso no se animaba a indagar demasiado. Sabía que su vida había sido difícil y no quería invadirla ni mucho menos importunarla. Sin embargo...

LA CHICA DE LAS VELASWhere stories live. Discover now