Once

403 81 12
                                    

Canción del capítulo: Strawberries and Wine by  Jaylon Ashaun 

Paramos en la escuela de Santi, y Rodrigo se baja con él para acompañarlo a la entrada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Paramos en la escuela de Santi, y Rodrigo se baja con él para acompañarlo a la entrada. Los dos se ven "bien" pero también tristes. Me conmueve como Rodrigo se acerca a su hijo y le da un abrazo. Me volteo hacia el otro lado, no sé, dándoles un poco de espacio, supongo. No dejo de evitar sentirme como una intrusa en cierto modo. No lo soy, pero tampoco soy una invitada por elección.

Cuando Rodrigo sube al coche, no puedo evitar preguntarle acerca de Tomás. Siento que quiero conocerlo más, saber qué fue de él, cómo era su vida con Santi y Rodrigo, no sé, entender un poco más acerca del porqué estoy aquí, y porqué me puso como heredera junto a su hermano.

—Rodrigo, perdón, pero ¿me podrías platicar acerca de Tomás?

Rodrigo acaba de cerrar la puerta de la camioneta y se queda mirando al frente por un momento antes de poner sus manos en el volante.

—Yo también tengo muchas preguntas para ti.

—Me imagino —digo, con voz pesada antes de mirarlo de nuevo—, ¿alguna vez les habló acerca de mí?

Rodrigo enciende la camioneta y comenzamos a avanzar.

—No lo suficiente.

Viro mi cabeza ligeramente hacia la ventana, viendo el hermoso paisaje de las montañas, el juego de las calles, sus casas y tejados rojos, el pueblo completamente clavado en las montañas.

No entiendo nada. Quiero preguntarle si puede ser más específico, pero no dice más nada.

—¿Cómo lo conociste? —pregunta, de repente.

Sonrío.

—En el instituto culinario de la Ciudad de México. Era mi maestro —digo, sintiendo cómo se calientan mis mejillas.

Rodrigo suelta una risa antes de decir: —Por supuesto.

Estaciona la camioneta frente a una casa blanca, tiene el nombre de su clínica, y abajo su nombre, con la cédula de veterinario. La casa por fuera se ve algo descuidada, tiene un par de macetas con cadáveres de plantas y la pintura blanca se está cayendo por pedacitos.

—¿Desde hace cuánto buscas a una asistente?

Rodrigo se baja de la camioneta, y cierra la puerta con fuerza. Le sigo.

—Como unos seis meses, me parece. No recuerdo bien.

Miro hacia la calle, frunciendo el ceño. No creo que en este pueblo existan mil oportunidades de empleo, así que se me hace raro que no haya encontrado a alguien en ese tiempo.

—La mayoría de las personas que aplicaron no lograron compaginar con Pancha —dice, en tono despreocupado. Pero puedo ver a través de él. Lo está diciendo como si fuera un reto.

—¿Pancha?

—Sí. La gatita de la clínica. Es un amor, ya la vas a conocer.

Puedo ver un esbozo de sonrisa en sus labios, y yo entrecierro mis ojos. Se está divirtiendo demasiado con esto. La reja rechina cuando la abre, antes de que pasemos al patio de la casa. Rodrigo abre la puerta, y camina hacia las ventanas, abriendo una en una.

El interior de la clínica huele a madera, y así como la vi algo descuidada por fuera, por dentro se ve bastante cuidada. Hay un escritorio con un teléfono inalámbrico junto a una libreta en lo que supongo era la sala, y una pequeña sala de estar donde imagino los dueños y sus pacientes esperan. Sigo a Rodrigo por lo que supongo era el comedor y cocina, que ahora es como una bodega y sobre la barra de la cocina hay una cafetera y varios estantes marcados con diferentes códigos. Seguimos avanzando y en otro cuarto que da al patio hay un escritorio pequeño, una mesa alta de metal donde revisa a los animales, y logro asomarme a otro cuarto en donde hay jaulas de todos los tamaños. Ahora están vacías, pero imagino que es donde se quedan los pacientes.

—En el segundo piso está la bodega donde guardo todos los medicamentos y herramientas de trabajo, y también está la sala de operaciones.

Dejo de caminar y de observar todo para voltearlo a ver.

—¿Operas aquí?

—Normalmente, sí. Si los animales no se pueden transportar, entonces voy al rancho y los trato en sus casas.

—¿Y la asistente te asiste en las operaciones? —pregunto con un hilo de voz.

No soy muy buena con la sangre, en general.

Rodrigo para todo lo que está haciendo y me mira. Ahora no ha ni intentado esconder la sonrisa que se pinta en su boca.

—Sí, la asistente, como su nombre lo dice, me asiste en lo que necesite.

—O sea, es que yo soy chef, realmente no tengo idea de lo que estoy haciendo aquí, o de qué manera te podría ayudar.

Las palabras salen de mi boca, y no me doy cuenta de que son más reales que nada. Estoy en un pueblo enclavado en las montañas, a merced de una gata, que al parecer manda en esta familia, y en un trabajo en cierto modo, prestado, en donde no tengo ni experiencia, ni ganas.

—Yo tampoco lo sé, Emma. Pero te prometo que no te voy a obligar a hacer nada que no quieras, o puedas, hacer. He estado en esto mucho tiempo solo, cualquier ayuda, será ayuda.

Me quedo viéndolo por un momento. No logro comprenderlo, pero siento que la única manera de hacerlo es conviviendo con él. Y podría apostarlo todo al hecho de que probablemente él se sienta igual. Y por eso estoy aquí. Para comprender y entender.

—Okay. Pancha, supongo que no es la más amigable del mundo, pero ¿tiene algún lugar favorito?

Rodrigo vuelve a sonreír.

—No sé de dónde has sacado eso. Pancha es la mejor gatita del mundo.

Ruedo los ojos.

—Ajá.

Rodrigo se quita la chamarra y la cuelga en su lugar, detrás de su escritorio. Toma una bata blanca y se la pone.

—Le gusta esconderse en la cocina, es el lugar más calientito de la casa.

Asiento con la cabeza antes de darme la vuelta e ir hacia la cocina, pero antes de salir de su oficina, me volteo a verlo.

—Siento que ganarme el respeto de Pancha es como la prueba de fuego para esta familia, y no puedo dejar de preguntar, ¿Tomás y Pancha se llevaban bien?

Rodrigo niega con la cabeza.

—Se odiaban a muerte.

—Okay, gracias —digo, aliviada—. Si Pancha me odia, ya no me sentiría tan mal.

Juro que escucho a Rodrigo sonreír, aunque sea mi imaginación, y salgo de su oficina con una pequeña sonrisa en mis labios. Me gusta ese lado juguetón y molón, pero más que nada, me gusta hacerlo sonreír. 

Está chiquito, pero me siento mal de no subir nada en años :)

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Está chiquito, pero me siento mal de no subir nada en años :)

Cambio de PlanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora