30.

403 88 7
                                    

Heungmin llegó a su casa un día, escuchando unas voces desde el comedor. Frunció un poco su ceño, extrañado, empezando a caminar hacia el lugar.


Estando cerca pudo visualizar a su madre hablando lentamente mientras movía sus manos, en gestos también lentos.

La mujer desde hacía bastante tiempo que no enseñaba el lenguaje de señas a nadie. Ya que no tenía alguien interesado en aprenderlo.

Para el pálido se le hacía raro que su progenitora no le hubiese dicho o avisando de nada.

Pues, la señora Son solía usarlo para establecer conversaciones en señas con sus alumnos, siendo el mismo su mejor estudiante, quien solía corregirlos. Heungmin era como la "prueba" de fin de cada semestre.

Se sorprendió al ver cierta cabellera rubia platino. Cabellera que conocía muy bien.

Cristian Romero.

¿Por qué su Hyung estaba aprendiendo señas?

Al cordobés no le había interesado aprender nada en aquellos dos largos años que llevaban de ser amigos. ¿Por qué lo haría ahora?

Los ojos oscuros de Cristian notaron su presencia, congelandose a mitad de una seña.

—Heungmin.

—¡Oh! —la señora Son se sorprendió, mirando a su hijo como si la hubieran atrapado haciendo algo ilegal, soltó una risita nerviosa—. Sonny, llegaste temprano, ¿qué..? —se callo a mitad de la pregunta cuando escucho los pasos de su hijo subiendo las escaleras.

Iba a decirle algo a Romero, pero este ya actuó por su cuenta, esquivandola para seguir al menor.

La mujer reprimió el instinto de ir ella también.

Si había un momento donde Cristian debía demostrar todo lo que estaba practicando, sería ese.

—Heungmin, Heungmin... Espera.

El chico mudo parecía no querer aflojar sus pasos.

Y de nuevo, no sabía porqué huía.

Quizás era porque estaba demasiado avergonzado. Quizás porque tenía demasiado miedo, ni él mismo sabía de qué.

—Heungmin —el argentino tomó su muñeca y lo hizo voltear, frenando su paso a apenas un metro de su habitación.

Sus ojos se encontraron y la mente de Cristian se quedó en blanco, ya ni siquiera se acordaba de lo que iba a decir... De lo que había estado practicando.

Heungmin ladeó su cabeza un poco, su cabello cayendo frente a sus rasgados ojos.

—Yo... —comenzó el trigueño, sin saber exactamente como seguir—, había preparado algo, pero ya... Ni lo recuerdo —soltó una risa nerviosa—, ¿te importa si improvisó?

Heungmin se giro un poco más hacia él.

Esperando lo que tenía que decir, se sorprendió un poco cuando la mano de Romero bajo de su muñeca hasta su mano, tomándola entre las suyas.

—Heungmin, me gustas —soltó—, mucho. Y esto es de hace una banda de tiempo. Me gustas desde antes de aquel beso, Heungmin —sonrió cuando el pálido abrió sus ojos con sorpresa por esas palabras—. Quiero cuidarte, estar a tu lado todos los días... Hablar contigo por horas antes de ir a dormir —el mayor sonrió—. Yo... No puedo decir desde hace cuanto es así. Solo sé que te quiero. Que te quiero tanto que creo que te amo.

Y esa era la única seña que el cordobés se acordaba.

Alzó su mano en un puño, levantando su dedo meñique para luego estirar su dedo índice y el también el pulgar.

—Te amo.

Mute › Cutison. Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum