Fragilidad

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Catra IX:

Catra veía desde el palacio como la sombra de los edificios bañan las calles alargándose más y más mientras el sol desaparece en el horizonte con una inusual aura roja que teñía el cielo con una cortina carmesí mientras algunas nubes oscuras dispersas son llevadas por el viento en dirección contraria al sol poniente.

La figura de los edificios parecían colmillos y con cada minuto que el astro padre de ese mundo se ocultaba era como una colosal mandíbula se cerrara dejándolos en la penumbra.

Desde esa altura, y sí se prestaba especial atención, se podían ver columnas de humo negro algo espeso por detrás de las lejanas colinas donde hasta hace no mucho intentaron matarla junto al alto mando de la ciudad y el único dirigente representante de una casta noble con el que contaban.

Empezarían esa noche.

Varias veces se preguntó lo que hubiera pasado si Rethor hubiera muerto ese día. El caos y confusión subsiguiente al no haber una figura clara a quien pasarle el mando. Toda la línea de mando arbisana estaba tan centralizada y dependía tanto de una sola persona que no podía ni imaginar el estrés por el que el líder estaría pasando, líder que era tan consciente como ella que tienen el enemigo a sus puertas.

Afortunadamente no pasó pero eso no significaba que la cosa sería más sencilla, pues las rencillas y disputas a lo largo de la ciudad entre los que se oponían al uso del Krapka y los que sí aumentaron por lo que varias veces las autoridades tuvieron que usar la fuerza para acabar con los disturbios y fue en esos momentos donde vio por primera vez lo que ese arte era en realidad.

Catra viajó junto a Aul para acabar con la disputa que involucró a un grupo grande de arbisanos que se enfrascaron en una pelea campal en una plaza, aunque habían algunos que intentaban inútilmente parar la contienda solo fue hasta que los miembros de los Maestros del Krapka o Raukar aparecieron.

Columnas del fuego más brillante que ella jamás hubiera visto se alzaron por sobre la cabeza de los arbisanos, al otro lado de la plaza dos hileras dispuestas una detrás de otra de Raukars vestidos con robustos petos de una aleación de plásticos muy duros y yelmos de acero con el ave flameante coronada de la Casta Heire tallada avanzaban en formación hacia la muchedumbre.

Los que se oponían al Krapka se les echaron encima pero fueron rechazados rápidamente por barreras de fuego azul mientras creaban líneas de fuego rojo que se convirtieron en lanzas de hierro. Un segundo grupo de Raukas apareció desde la retaguardia encerrando a los arbisanos, a Aul y a ella y no fue hasta qué algún alto rango se percató de la presencia del hijo del Maestro Defensor que dio la orden de detenerse.

Ese día solo pudo pensar una y otra vez de lo afortunada que fue que no hubieran usado esa técnica en Thergun pero también en lo tontos que fueron por usarla antes. A lo mejor no estarían esa situación.

La noche cayó por completo, ninguna luz fue encendida, ni siquiera las del palacio. Una extensa ciudad con miles de arbisanos viviendo allí quedó en la penumbra absoluta. La evacuación empezó varios días antes pero las revueltas y otros problemas varios retrasaron los operativos. Pocas fueron las sitches o tiches que respondieron al llamado de Rethor. Según decía habían más refuerzos de más ciudades en camino pero Catra dudaba mucho de esas afirmaciones.

Con las fuerzas de la ciudad, los remanentes rezagados de varias unidades del grueso del ejército arbisano leal desde que empezó la guerra, voluntarios y aquellos que respondieron el llamado a las armas sumaban escasos veinticinco mil. Debían ser suficientes para detenerlos hasta que Sunset regresara.

Pero hasta entonces...

Catra solo está sentada en silencio, viendo a través de la ventana a una ciudad en penumbra donde buena parte de sus fuerzas se refugian en el alcantarillado para que el fuego de artillería y bombardeo aéreo no hicieran tanto daño, así como destruir infraestructura y dificultar el paso de su maquinaria pesada.

Mil y un planes se gestaron durante largas horas de consejo de guerra y todos podrían verse estropeado en un momento por cualquier mínimo inconveniente aparecido de la nada y docenas, no, decenas ¡miles! podrían morir.

La aleatoriedad de la guerra la carcomía y la hería más profundamente que cualquier espada, carga o cuchillo que pudiera atravesar su carne y rasgar su piel.

Intentaba pensar en Amity, que esperaba que tomara la decisión correcta, que no fuera igual a ella, que no se equivocara y entendiera muchas cosas que ella no tuvo claras hasta ya muy tarde para remediarlas. En Lilith, en como a pesar de su carácter realmente apreciaba lo que hacía por Amity y que solo quiere lo mejor para ella, que sus errores la carcomen también pero se niega a hablar de ellos por vergüenza o cualquier otra razón, Catra hubiera querido que alguien así hubiera estado en su vida mientras crecía. Estricta pero comprensiva. Quería entenderla realmente.

En Vernis de como su cruzada la llevó a estar en esa situación y que la hizo darse cuenta de lo que quería hacer en realidad con su vida. Con todas las consecuencias que acarrea.

En Sunset, de como pasó de ser su molesta compañera de celda a ser probablemente la persona en la que más confía y ser, sin ninguna duda, su mejor amiga. Adora y Scorpia son parte de su pasado cuyos momentos juntas no se difuminan pero han quedado tan atrás que entiende lo inútil que es contemplar demasiado tiempo esas memorias. Sunset es su pasado más inmediato, su pensamiento más cercano en ese problemático presente y ella misma le aseguró que estaría en su tan incierto futuro. No podía imaginar su presente sin Shimmer en su vida. Ambas se han salvado mutuamente y cuando todo acabase esperaba que encontraran su nuevo camino juntas en algún lugar.

Un centenar de destellos aparecieron casi al mismo tiempo a la distancia, Catra se reclina en su asiento hacia la ventana. Aún en el interior jura que el viento arrastra ese sonido. Ese sonido que escuchó un sin número de veces en la fangosa miseria de Thergun.

Ese silbido que auguraba muerte y destrucción y aunque los kilómetros le impedían escucharlo también, el atronador sonido que le precedía.

Sus pupilas dilatadas miraban hacia los edificios de la ciudad que lucían como maquetas retorcidas por la oscuridad. Eternos fueron los momentos que precedieron a la caída.

Terribles estruendos estremecieron la tierra. Los cristales vibraron y se rompieron en miles de fragmento, los techos y paredes se agrietaron y pedazos de roca y polvo cayeron, los muebles se sacudieron, en la oscuridad nubes de polvo se alzaron después de que los casquetes de hierro y explosivos arremetieran contra las edificaciones.

Las alarmas empezaron a sonar por toda la ciudad.

Una y otra vez cientos de baterías de artillería hicieron llover sus pesadas cargas sobre la ciudad. Catra trató de mantener la calma pero llegó un momento en el que ya no podía hundir más sus garras en las silla de madera. Cubrir sus orejas no servirían de nada, el silbido ha estado en su mente durante meses y cada vez que lo recordaba horribles recuerdos aparecían como un mar embravecido manchado de rojo por la sangre que se derramaba cuando se abría fuego.

Intentó levantarse. Su presencia iba a ser requerida pronto pero no pudo dar ni un solo paso. Los obuses, las sirenas, los disparos, las órdenes, el lodo, el miedo, el pánico, las pesadillas, los recuerdos...

— No —, sus piernas flaquearon, —, Silencio, — sus rodillas chocaron contra el suelo, — ¡Basta! —, las lágrimas recorrían sus mejillas, — ¡Ya déjame! —, los obuses hacían pedazos la ciudad, — ¡Ya cállate! —, Catra es incapaz de respirar, — ¡Déjame en paz, Reiv! ¡Ya estás muerto!


El bastión de los universos Vol. 2Where stories live. Discover now