• IX •

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Leopold Stotch o mejor conocido como "Butters", caminaba ansiosamente por la feria. Se separó de Eric desde que Kyle y Stan salieron de aquella peculiar tienda de armas.

Ahora tenía no solo la tarea de espantar a los posibles pretendientes del príncipe hechizado, si no que también de robarle a éste mismo su valiosa espada, la llamada Rosa Negra. A este paso terminaría calvo, lo bueno es que era un hada y su propia magia podría impedir que algo como eso sucediese. Su lindo cabellito rubio como la mantequilla estaría a salvo. Pero su culo no del todo si no encontraba a su jefe y si no cumplía con sus últimas órdenes.

¿Cómo era que alguien tan dócil como él terminaba envuelto en estos líos? Tal vez en su momento debió de haber escuchado a Kenny y haberse alejado del castaño, pero su fuerte admiración, cariño y lealtad hacia él se lo impidió.

Pero cerca de un puente, en un sitio no tan concurrido, vio la espalda del castaño frente a un puesto de manzanas acarameladas. Imposible no reconocerlo con esa glamurosa capa oscura que le daba un aire tan autoritario e identitario. No lo pensó más y sin fijarse a su alrededor se lanzó a él, colgándose de su brazo.

— ¡Er...! —exclamaba Butters, pero no alcanzó a terminar la oración por completo.

Eric lo miró pasmado y tembló aterrado en cuanto escuchó que ese imbécil estaba por llamarle por su nombre frente al príncipe judío y su sirviente el inmigrante.

— ¡Butters! —gritó con más fuerza haciendo que la voz del rubio fuese opacada y eso mismo lo hiciera callarse y retroceder varios pasos.

Por desgracia ese grito no solo afectó al rubio, tanto David como Kyle dieron un brinco por la repentina acción tan ruda, haciendo que la manzana acaramelada del pelirrojo resbalara y cayera al suelo.

— ¡Gordo imbécil! ¡No grites de ese modo! —señaló Kyle con otro grito, enojado por el susto.

— ¡No me llames gordo, soy fuertecito! ¡Pendejo! —respondió Eric con otro grito, no tan alto como el anterior.

—Er... —Butters quiso intervenir mirando a ambos, confundido junto con el moreno.

— ¡Tú maldito inepto, ven acá! —y el castaño recordó el peligro que tenía justo a su lado, tiró de su antebrazo arrastrándolo —. Ahora volvemos, tengo que hablar con mi sirviente.

— ¡Piérdete, culón! —exclamó Kyle aun enfadado — ¿Qué carajo le pasa?

—No lo sé... Tu amigo es un poco extraño —comentó David y miró en el suelo la manzana del pelirrojo — ¿Quieres que te compre otra?

—Ese gordo no es mi amigo y no, ese idiota va a comprarme otra por haberme arruinado mi manzana —dijo Kyle en un tono encaprichado.

Sería más sencillo comprarse otra manzana acaramelada o dejar que David se hiciese cargo. Pero fue por culpa de él que terminó resbalándose de sus manos. Iba a exigirle que la pagara como lección. Era lo mínimo que le debía de hacer, disculparse por esa actitud tan grosera y el susto innecesario que le dio.

Además se fue de la nada con ese otro rubio... Ese chico de cabellos rubios como la mantequilla que Kyle se dio cuenta que era el mismo de aquella vez, ése que se colgaba de Eric y tiraba de su capa con un ramo de crisantemos.

—Mierda... —musitó con coraje.

Sí, ese sentimiento desagradable se apoderó de su pecho otra vez, provocándole una irritante inseguridad.

El Bello Durmiente Where stories live. Discover now