• P R Ó L O G O •

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Había una vez, en unas tierras muy lejanas, un esplendoroso reino donde residían los suntuosos reyes judíos: la severa reina Sheila Broflovski y el justo rey Gerald Broflovski.

Durante años esta pareja anheló la bendición de un primogénito y un día por fin lograron concebirlo. Así nació el príncipe heredero; un niño sano de tez blanca como la nieve, cabellos rizados y rojos como las cerezas y ojos verdes como las esmeraldas. Fue un bebé amado y aclamado por todos los súbditos del reino, incluso por las criaturas mágicas del bosque.

Al nacer el primogénito poseía un cuerpo pequeño por lo que sus padres decidieron llamarle Kyle, referente a su delgadez.

Su natalicio fue celebrado con esplendor, se organizó una gran y ostentosa fiesta en su honor, a la que fue invitado todo habitante del reino, sin excepción; nobles y plebeyos para que así todos tuviesen la magnífica oportunidad de conocer a su futuro monarca. Incluso las criaturas mágicas más importantes del bosque recibieron la honra de recibir tales invitaciones. Así cada ser vivo, mágico o no, podría ofrecer sus respectivas reverencias al príncipe heredero.

Todos los invitados asistieron con gran placer, con orgullo, reinos vecinos también asistieron con deseo de presentar sus respetos a los reyes más influyentes de la región. Se desbordaba el salón principal de gente, comida, bebida y música, había suficiente espacio y riquezas para derrochar y satisfacer a cada invitado. Llevaron centenares de regalos, muestras de que también poseían un gran poder adquisitivo que les permitía obsequiar y llenar de lujos al recién nacido.

Y aquellos invitados menos afortunados en el sentido monetario, al no poder ofrecer mucho, hacían acto de presencia y aclamaban su adoración por el príncipe.

Las trompetas actuaron cuando uno de los señores feudales más acaudalados de la región hizo acto de presencia: Sir Randy Marsh. Se reverenció frente al rey Gerald, en compañía de su hijo varón, quién sostenía el presente. El monarca judío se levantó de su trono y abrazó amistosamente a ambos Marsh.

—Acércate, joven Marsh.

La reina Sheila alentó al pequeño de cabellos negros como la medianoche y ojos zafiro a aproximarse a la cuna donde descansaba el recién nacido. El niño hizo un ligero gesto de desagrado pensando que los bebés en esta etapa siempre eran horribles. Dejó el presente y regresó junto a su padre.

Las trompetas volvieron a sonar y en esta ocasión entraron el rey Daniels y su hija, la princesa Nichole, que a penas tenía el primer año de edad. Se les recibió con cortesía y gratitud, y Gerald y Daniels intercambiaron miradas interesantes; ambos con hijos de una edad cercana y de sangre azul, serían una excelente alianza en un futuro.

Las trompetas sonaron por tercera vez, una luz casi celestial se alumbró desde las altas cúpulas del castillo y bajaron las tres ilustres hadas guardianes del bosque. Se reverenciaron ante los reyes.

—Es un honor, nuestras majestades —habló un hada de cabellos dorados y ojos celestes —. Somos las tres ilustres hadas guardianes del bosque.

—Bebe, ilustre hada guardiana de la fauna —se presentó un hada de cabellos rubios y rizados, de mirada azulada como el cielo de verano.

—Wendy, ilustre hada guardiana de la primavera —se presentó consecuentemente el hada de cabellos negros como el ébano y mirada como los pétalos de las rosas. 

—Y yo, su servilleta; Kenny, ilustre hada princesa guardiana de la flora —se terminó de presentar el hada de cabellos dorados y ojos celestes —. Como presente hemos decidido que cada uno de nosotros dotaremos al pequeño príncipe heredero de un don.

El Bello Durmiente Where stories live. Discover now