9

178 19 0
                                    

Acababa de salir de la tienda de la Tsahik cuando Kiri me salió al encuentro con una sonrisa. Tuk iba con ella, por supuesto y llevaba consigo un collar de cuentecitas marrones y blancas. Con una sonrisilla tímida me dijo que era para mi. Por dejarla ir con nosotros al bosque y por jugar con ella.

La di un abrazo en agradecimiento y me arrodillé a su lado, para dejar que me lo pusiera. Después, todas juntas, nos dirigimos hacia las cuevas.

- ¿Por qué allí? - preguntó Kiri.

- Porque allí está nuestro Árbol Madre. - expliqué. Y la simple mención de ello, pareció hacer que Kiri se pusiera aún mas nerviosa.

- ¿Cómo es? - preguntó, mientras me seguía a través de una pasarela de madera suspendida en el vacío de la cueva.

Había un enorme agujero en el que solía haber agua en el que confluían todos los puentecillos que usábamos para desplazarnos de un lugar a otro de la cueva. Un poco mas allá, se hallaba la entrada a las cuevas.

- Pues... - dije ayudándolas a subir a unas piedras mas altas de lo normal, la entrada a las cuevas. - No es exactamente un árbol. - dije. Y ellas arrugaron el rostro, como si no entendieran nada. - La cueva en la que se ubica el árbol la llamamos, Cueva Madre. - expliqué. - Porque es la que tiene mas cristales y la que mas luce. - dije. Miré por encima de mi hombro para asegurarme de que las Sully me seguían entre la oscuridad. - Las raíces del Árbol Madre están dentro de esta roca - dije acariciando con la punta de mis dedos la superficie rugosa. - y pasan por cada cueva, iluminándola gracias a los cristales. Funcionan como enormes soles que iluminan su interior. - traté de explicar.

Tuk saltaba de roca en roca, sin dificultad alguna para ver gracias a las plantas luminiscentes que poblaban la cueva. Era como un pequeño bosque dentro de la montaña. Incluso allí había especies vegetales por doquier.

Kiri elevó una mano para acariciar una de las plantas que llamábamos "farolillos". De hecho, los que hacía la Tsahik, estaban inspirados en aquellos farolillos naturales. Eran una especie de capullos azulados luminiscentes que lucían sin parar hasta que morían.

- Por aquí. - dije desviándome hacia mi derecha, entrando en un pasillo envuelto en enredaderas y plantas de colores extravagantes.

Las chicas siguieron mis pasos, soltando exclamaciones de sorpresa cada vez que alguna de aquellas plantas se abrían a su paso.

Las cuevas eran un sitio sagrado que poca gente pisaba, por respeto a la vida que creía allí dentro. Al fin y al cabo, la Madre descansaba en aquellas cuevas. Era nuestro santuario.

Cuando el pasillo pareció abrirse, dejó a la luz una estructura de roca en forma de anillos que se había formado en torno a los cristales mas brillantes y tan altos que llegaban hasta el techo. Algunos de ellos, incluso habían roto el techo de la cueva y recibían luz del sol de vez en cuando.

- El Eclipse es el mejor momento del día para verlo. - dije mientras veía por el enorme agujero del techo, a un lado, como el anillo de luz era cada vez mas pequeño. Cuando anocheció, la cueva estalló en luces de colores rosadas, azuladas e incluso moradas.

Los lunares de nuestro cuerpo, resplandecientes lucieron al compás del titileo de los cristales a nuestro alrededor.

El espectáculo de luces no era nada comparado con los cristales que se cernían sobre nosotros, enormes, imponentes, ancestrales, maravillosos.

Las chicas corrieron entre la maleza, hasta el gran cristal con el que se fundía el Árbol de la Gran Madre. Algunas ramas se integraban en la roca, iluminando los cristales a nuestro alrededor y otras trepaban por el techo para caer como las ramas de un sauce llorón a nuestro alrededor.

Me llevé una mano a la trenza y la tomé del extremo para conectarla a una de sus ramas rosadas. Las chicas hicieron lo mismo y sonrieron.

Observé a las jóvenes descargar sus recuerdos y divagar entre ellos, mientras la Gran Madre abría sus brazos para ellas.

Cuando noté como Kiri parecía respirar irregularmente y su cuerpo se contraía en breves espasmos, mientras sus ojos se movían a toda velocidad bajo sus párpados, la desconecté.

Ella cayó de culo hacia atrás, con la mirada perdida.

- Kiri - dijo Tuk preocupada tomándola de la mano.

- Estoy bien. - dijo en un susurro apenas audible. - Estoy bien, no pasa nada. - dijo elevando sus manos.

- ¿Qué has visto? - dije. No es que alguien pudiera ponerse así por conectarse a la Gran Madre.

- Yo... - intentó Kiri, pero alguien nos interrumpió. Eran Lo'ak y Neteyam este último acompañado de Nova.

Ayudé a incorporarse a Kiri, que decía que estaba mareada mientras esperaba a que llegaran sus hermanos, que preguntaban que había pasado. Nova se quedó mas al margen. Yo, no pude hacerlo. Aquello me preocupaba seriamente. La Gran Madre era el todo, si no podía comunicarse con ella a través del Árbol entonces, ¿cómo pretendía comunicarse con ella a través del viento?

- ¿Estás bien? - preguntó Neteyam, ayudándola a levantarse.

Tuk seguía sin soltarle la mano a su hermana y las mías todavía descansaban en sus hombros cuando se puso de pie. Trataba de asegurar que su respiración era buena, que no había anomalías.

- ¿Te había pasado antes? - pregunté. Y el silencio que obtuve no me gustó en absoluto. - Deberías habermelo dicho, podría haberte pasado algo si te hubieras quedado un segundo mas. - la regañé.

- Sabes que no puedes conectarte a ningún árbol, Kiri. - dijo Neteyam sin ademán de regañarla. Solo como recordatorio piadoso. El tema parecía delicado a juzgar por sus expresiones.

Ella se cruzó de brazos, abrazándose a si misma.

- Vosotros no lo entendéis. - susurró antes de irse, a grandes zancadas.

Corrí detrás de ella, dejándolos atrás. Kiri necesitaba hablar con alguien. Necesitaba ayuda y si no quería contármelo, al menos sabría que yo estaba dispuesta a escuchar.

Esquivé un par de ramas hasta llegar a donde ella se alejaba.

- Kiri - la llamé intentando que parara. - Kiri, espera. - traté de intentarlo otra vez. Cuando llegó hasta la salida y comenzó a cruzar la pasarela de madera, corrí mas rápido. Atravesé el puentecillo a toda mecha para alcanzarla. - Oye, si no quieres hablar, no hables - comencé. - pero al menos quiero que sepas que si necesitas hablarlo, puedes hacerlo conmigo. - intenté. La expresión de Kiri pareció suavizarse un poco.

La gente pasaba de largo, mientras nosotras estábamos en el medio de su camino. Todo el poblado iba hacia la hoguera, para cenar.

- Vayamos a cenar - la dije con una sonrisa amable. Y ella se dejó hacer. Aquella noche, sus hermanos no se unieron a nosotras pero hablamos sin parar de cosas trascendentales.

Cuando terminamos de cenar, la propuse ir a dar una vuelta en mi ikran. Ella accedió, bromeando diciendo que necesitaba despejarse.


Guerrero del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora