Prólogo.

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La muerte desde el aire era un asesino cruel. Aquellos que venían del cielo, también lo eran. Una especie despreciable por supuesto y sus asquerosos intentos que hacerse pasar por nosotros también. 

Sin embargo, yo era uno de ellos. 

Alguien con la sangre de un demonio. Un Na'vi despreciada por su pueblo. Por su hogar. Mi madre era la culpable de ello porque había decidido que enamorarse del enemigo sería una buena idea. 

Y después de muerta, ahora era yo la que tenía que pagar las consecuencias. No tenía un hogar, no tenía un clan, no tenía nada. Solo un arco, un ikran con el que moverme y la compañía de la Gran Madre. 

No podía entrar en un clan, porque me despreciarían. Lo intenté varias pero, aún así todos me rechazaron. La Gente de Ceniza todavía me buscaba incluso para matarme, pero hacía mucho que no me encontraba a ninguno de ellos. Tal vez se hubieran dado por vencidos...

Un buen día, mientras caminaba por los alrededores del clan Omaticaya, una panda de adolescentes se cruzó en mi camino. Desde los árboles, los observé colgarse de árbol en árbol mientras charlaban. En realidad, mas bien se peleaban. 

- No te metas con ella. - dijo la chica refiriéndose a quien supuse que sería su hermana menor.  

Esta le sacó la lengua a su hermano, que le devolvió el gesto. 

- Skawxng - murmuró el otro chico, el mas mayor, hacia su hermano. 

- Neteyam, el hijo perfecto. - murmuró el otro joven. Un joven con cinco dedos. El corazón comenzó a latirme a toda velocidad. 

El recién llamado Neteyam, negó con la cabeza, como si aquella conversación comenzara a tornarse repetitiva. 

- ¡Mira, una Atorkirina! - se animó la chica mas mayor de toda aquella gente. Su mano se elevó lo suficiente como para que pudiera contar sus dedos. Cinco. Abrí mucho los ojos y abrí la boca para que el aire pudiera llegar a mis pulmones. Parecía que me costara respirar. 

Toda esa ropa indicaba que pertenecían a una tribu. A un clan. Tal vez yo pudiera... Negué con la cabeza e intenté concentrarme. 

Los seguí durante todo el camino, hasta llegar a un árbol de dimensiones considerables. Había millones de tiendas repartidas por sus anchas ramas mientras que el interior del árbol, hueco, era un amasijo de gente subiendo y bajando. Algunos con prisa, otros tranquilamente. 

Los chicos se unieron a esa marabunta de gente y se perdieron entre ellos, parloteando todavía. 

Entrecerré los ojos antes de irme, con una sensación de euforia en el cuerpo. Esos chicos eran una familia, estaba claro y si eran una familia, tendrías una madre y un padre. Alguno de ellos tendría que ser un demonio. Cinco dedos. 

Reprimí una sonrisa y corrí hacia mi pequeño hogar situado en un altísimo árbol desde el cual se veía casi toda Pandora. 

Me quedé dormida pensando en que tal vez aquella noche sería la última que dormiría allí, sin nada ni nadie a mi alrededor. 

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Los días se cruzaban en mi cabeza, observando a aquel grupo de hermanos. Me aprendí sus nombres y reía con ellos de sus bromas desde lo alto de las árboles. 

Los vi crecer a todos ellos y a la vez, me vi crecer a mi. Mi cuerpo se fortaleció y me hice mas fuerte, mas rápida. Aprendí a montar en mi ikran como la mejor e intenté aprovechar mi entorno lo mejor posible. 

Veía a la familia cazar y enseñarse los unos a los otros, así que aprendí con ellos. 

Un día, mientras observaba el cielo estrellado de Pandora, pensé en presentarme. En dejarme ver o algo parecido, pero descarté la idea enseguida. No había hablado con nadie en años y además, me daba miedo que me rechazaran del mismo modo que lo habían hecho los otros clanes. 

Guerrero del VientoWhere stories live. Discover now