Capítulo XVIII (Confesiones)

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P.O.V. Alec:

Al mencionarle la emoción de conocerla, ella formó una sonrisa, esa sonrisa que vi durante años y jamás me cansaría de mirarla.

Jamás estuve ausente, siempre enviaba regalos para ella y su hermano, sabiendo que a David le gustaban mucho los autos de carreras para jugar, y a Diana las muñecas que le traía de todas las ciudades que visitaba alrededor del mundo.

Juliann me llamaba por teléfono agradeciéndome por los regalos, pero desde que una vez la pequeña Diana interrumpió en la llamada para agradecerme, no necesité nada más.

Su tierna y aguda voz diciendo: "¡Gracias, Alec! ¿Cuándo vas a venir a visitarme?" desde el otro lado de la llamada, movió más en mí de lo que yo esperaba.

Cuando tuve que encargarme de cuidarlos con Amelie, ante la falta de Alma y Juliann, recuerdo que sentí un peso importante, ¿Qué sería de mí si algo les pasara? ¿Podría perdonármelo?

Los años pasaron y los vi crecer de una forma abrupta, efectivamente su ADN era un fenómeno que todos querían analizar y entender el "porqué" su crecimiento acelerado.

Diana se transformaba en una adolescente que pensaba y actuaba como tal, sin mencionar sus problemas alimenticios que me preocupaban demasiado.

Era una muchacha preciosa, ¿Por qué se encargaba de hacerse sentir lo contrario?

Los días pasaban, y mi oído afinado podía escuchar varias conversaciones a gran distancia, y hubo una que hizo que sonría inconscientemente.

Diana le confesaba a David que yo era muy lindo, y luego que comenzaba a gustarle.

Con lo último, me reí un poco, pues parecía típica conversación de adolescentes... Y efectivamente lo era.

Disfrutaba ver su rostro avergonzado o tímido cada vez que me tenía al lado, nunca fue muy buena disimulando, pero agradecía que fuera así, porque me gustaba verla sentir que al menos podría ser correspondido.

También escuchaba su gran comparación de mí contra el tal Luis Volkov, pero siempre terminaba ganando, terminaba siendo el elegido, el más "guapo" según ella.

Durante los años que ellos estuvieron bajo el cargo de Amelie y yo, estuve trabajando como nunca, y viajando a Italia al menos dos veces por semana.

Me mantuve callado todos esos años, quería comentarle a Amelie mi sospecha, la sospecha de que Diana podría ser la mujer de mi destino, pero quería confirmarlo.

¡Bah! Estuve siglos esperando todo esto, y en mi caso, lo confirmé el primer día que la conocí, pero todavía me faltaba algo, el último paso que sería la prueba definitiva.

El día de la guerra con los brujos la vi llorar desconsolada en el suelo, mientras sus lágrimas caían sin parar. Amelie fue a consolarla, pero la detuve inmediatamente, como si un impulso quisiera que se aleje en este momento.

Recuerdo que le dije "Yo me encargo", y me acerqué a Diana, para luego entrelazar mis brazos en su cuello, apoyándolos sobre sus hombros.

Cuando su llanto se detuvo, ella me miró, e inmediatamente me disculpé por lo que había sucedido antes en la reunión; su hermano se había cambiado de grupo.

La ayudé a levantarse, le dije que fuera a lavarse el rostro mientras limpié sus lágrimas, aprovechando a sentir la suavidad de su piel.

Apenas ella se fue, su aroma dulce inundó mis fosas nasales de una forma violenta, desatando un impulso que fue inconsciente; probar su sangre.

Apenas pasar mi lengua por mi mano manchada, sentí como si tuviera un manjar que revolvió mi cuerpo e hizo que mi mente se desespere por más, todas mis sospechas se volvieron ciertas, al mismo tiempo que mi corazón dió un salto impresionado.

Sangue DolceWhere stories live. Discover now