Capítulo 07

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El amor se empezaba a percibir en el aire durante los siguientes días, pues el Día del Cariño estaba cada vez más cerca

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El amor se empezaba a percibir en el aire durante los siguientes días, pues el Día del Cariño estaba cada vez más cerca. El comité de actividades se estaba esforzando más de lo normal ese año, especialmente las ayudantes de Cupido. Cada año las ayudantes de Cupido se encargan de llevar rosas, cartas y regalos anónimos a quien desee comprarlos y enviarlos a un amigo o a su pareja.

Sin embargo, este año se había anunciado que habría una actividad distinta. Algo que nos ayudaría a «Encontrar a nuestra pareja ideal», o al menos eso había afirmado Eleanor, la presidenta del comité.

Sinceramente catorce de febrero me asqueaba.

No solamente por el hecho de que había parejas besándose y abrazándose por aquí y por allá, sino también por el hecho de que ese día todo el mundo recibía rosas, flores y chocolates de sus enamorados y pretendientes. Aunque odiaba admitirlo, me daba celos.

—Oye Susi, ¿Te puedo llamar Susi, verdad? —Andrés me preguntó cerca de mi oído en clase de biología.

Él aún tenía algunos moretones en la cara después de la pelea con Daniel, y había estado cumpliendo su castigo esos días. Me di cuenta que había limpiado el gimnasio, la biblioteca, el salón de química y hasta la piscina.

Además de eso me siguió molestando durante el resto de la semana, esperando que yo le diera una respuesta a su disparate. Porque eso era: Un disparate.

Aún no me sentía cómoda con que él supiera todos esos secretos que había escrito en mi cuaderno, y era seguro que nunca iba a estarlo.

Supuse que después de ignorarlo constantemente, tarde o temprano se iba a rendir y simplemente entendería mi negativa. Pero no fue así. Me había insistido diariamente, incluso me había esperado en un par de ocasiones afuera del baño de chicas, como si no fuera a darme cuenta. Además me daba cierto miedo que fuera a decir mi secreto.

—¿Qué querés? —puse los ojos en blanco y le di mi mejor intento de una mirada asesina.

Pero él no pareció inmutarse. Me dedicó una sonrisa, dispuesto a continuar con su intento de convencimiento:

—¿Ya pensaste lo que te dije? —preguntó.

—Seguro, Andrés. Lo he pensado y llegué a la conclusión de que estás loco —le susurré para que la profesora Trejos no pudiera escucharme—. No hay manera de que acepte tu trato —susurré aún más bajo esa última parte.

—Entonces no cuentes con mi silencio —amenazó.

Ya me tenía harta.

—Yo sé que has estado enamorada de... —siguió hablando y volteé a verlo con toda la furia que mis ojos podían contener. Mi mirada en ese momento decía claramente «Si dices su nombre, te mato»—, ya sabes quién. Lo leí todo en tu diario.

Maldita sea, ¿Por qué en el infierno mi cuaderno lo tenía que encontrar este pendejo?

—No era un maldito diario, era mi cuaderno personal —le aclaré con furia-. No tenías derecho a leerlo.

Andy leyó mi diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora