XXIV

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Capítulo 24.

Johannesburgo, Sudáfrica. 11 de julio, 2010.

Vaivén del alma, que me trae los sueños y los fortalece. Encuéntrame en mi corazón y en mis deseos profundos. He visto a mi niño interior en mi presente, lo ilusiono cumpliendo nuestras metas. Lo veo y sonrió, le digo que lo hemos logrado y que estaremos bien. Sigue adelante, sigue tomando las mismas decisiones y no te arrepientas de cometer los mismos errores. Nuestros errores nos trajeron a donde siempre soñamos. Lo hemos logrado... y ese era el vaivén del alma.

Hemos crecido, nuestros sueños también cambiaron. No todo es igual, la Epifanía de la vida era vivirla, transformarnos, perder y amar, devoción y lágrimas, errores pero jamás arrepentimientos. El único arrepentimiento era no hacer algo cuando querías hacerlo, era robar nuestra propia energía a lo que hemos buscado. No... no cambies, mi niño interior está feliz aquí.

En retrospectiva, le diría a mi niño interior que sonría, que no tema a ser el mismo, que siga adelante y no se rinda porque cada día, estamos más cerca.

Y lo logramos. Dios me vio a los ojos, de cada lágrima, sudor y cada vez que estaba a punto de rendirme. Dios conoció mi dolor pero encontré consuelo en mi... en la gente que jamás dejó de creer en mí.

Fue partido tras partido, cayendo de rodillas, agradecido por las oportunidades que me dieron la vida. Lloré cuando pasamos las rondas de grupo, cuando vencimos a Paraguay, y tuve que enfrentarme a mi mejor amigo.

Nos abrazamos cuando acabó el partido, besó mi cabeza y me dijo que que siguiera adelante. Merecía cada logro, me había esforzado y había deseado este momento. Lloré con él , la gente que amaba y con mi equipo.

Era la final, con casi noventa mil personas observando y viviendo nuestra pasión y los novecientos millones de espectadores desde su casa, muriendo de nervios y sufriendo cada minuto.

Ochenta y nueve minutos sin un gol. Fue cuando corrí y tenía el balón en mis pies. Fue un impulso, no recuerdo el momento ni lo que me impulsó, solo cuando tiré el balón y caí... no me había dado cuenta que la victoria estaba más cerca de lo que esperaba. Se oyeron los gritos, el pito que anuncia el final del partido, anunciando a un nuevo campeón.

Sentí a varia gente tirarse encima de mí, decían mi nombre y yo solo caí de rodillas.

Agradeciendo cada oportunidad, a mis padres, a Dios, y especialmente a Gabriela y mi futuro hijo. Lloré... porque mi niño interior estaba cumpliendo su sueño.

Las voces de la multitud fueron en segundo plano, era la euforia del momento. Cuando me pude levantar, vi a Gabriela al final del público, con su mano en su vientre y sonriéndome. Yo corrí hacia ella, la levanté en el aire para besarle todo su rostro, hincarme y besar su vientre.

—Lo lograste campeón —me sonrió mientras limpiaba mis lágrimas.

Felicitaciones, un trofeo... miradas sobre mí. Todo era mágico, parecía irreal.

En ese momento me di cuenta que cada logro de mi vida, desde ganar un mundial o tener a Gabriela a mi lado, se sentía como una victoria, como si el mundo se sintiera una celebración. Esa era la felicidad, no querer nada más, sino agradecer cada oportunidad, cada victoria e incluso cada derrota.

No estaría aquí sin luchar de rodillas, pidiendo por mis anhelos, luchar por el amor y vivir como si cada minuto fuera el último.

* * *

—No, no iré a la celebración. Necesito estar contigo en el avión, cuidarte y que nada te pase. Estas empezando el segundo trimestre y debes tener más cuidado, además iremos al médico una vez lleguemos. No te voy a exponer a las multitudes— y entonces ella me calló con un beso.

Hermosa Imperfección (Beautiful Imperfection)Where stories live. Discover now