Prólogo

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Hace trece años...

Señor Orsen, la señorita Robinson está aquí —sonó por el teléfono.

—Dile que pase.

Las grandes puertas de cristal se abrieron, los tacones de la rubia resonaban en los azulejos de mármol, tomando asiento en la silla de cuero negro. Quedando frente a él. Siendo ignorada. Sus zafiros se mantenían en la computadora, revisando por última vez el contrato antes de presionar el botón de Enviar, dedicándole ahora toda su atención a la chica.

—¿Terminaste? —asintió—, bien, revisa esto.

Entregó un folder negro con múltiples documentos en ella, Blake rodó los ojos y dejó aquello sobre el escritorio.

—Es fastidioso.

—No es como si tuvieras otra opción —el moreno se puso de pie y caminó hasta la ventana, observando cómo desde esa alturas las calles de Seattle y sus personas se veían insignificantes.

—Mejor dime cómo van las negociaciones para el nuevo edificio —se quedó pensativo un momento—, ¿dónde dijiste que se construiría?

—Boston —respondió a secas—, y para tu información —se acercó al hombre de traje elegante, haciéndole compañía en aquella ventana— la firma de arquitectos rechazó la propuesta.

—Habla con nuestro plan B.

—No tenemos plan B.

—Entonces busquemos uno —se sentó nuevamente, hojeando los papeles anteriormente abandonados sobre el escritorio.

Vanessa se retiró de esa aburrida e innecesariamente espaciosa oficina. Dejando solo al que era su jefe y presidente de la compañía que habían comenzado juntos hace diez años. Leía con detenimiento la gran cantidad de texto que estaba impreso, masejando de vez en cuando el puente de su nariz. Optando por tomarse un descanso, desbloqueando su celular y entrando a esa aplicación donde las personas subían fotografías.

Una sonrisa se le dibujó al ver una foto de su hermana con su esposo, George, y sus dos pequeños sobrinos. Estaban de vacaciones en Florida. Deslizando, dió Me Gusta a una fotografía de su vieja amiga pelirroja, el pequeño bebé que tuvo con Alexander recién cumplía dos años.

—Se parecen demasiado —murmuró, con una pequeña sonrisa en el rostro.

Recargó su espalda en el asiento de su silla, suspirando con cierta nostalgia. La última vez que vió a sus amigos fue en la boda de Cady y Alexander hace un par de años, y ni siquiera pudo quedarse el resto de la fiesta. Sólo fue a hacer acto de presencia.

Una sonrisa se le dibujó al recordar lo vivido con sus amigos británicos, en su infancia... y lo que vino después.

Salió de aquella zona del recuerdo y siguió trabajando, lo único que había hecho los últimos diez años. ¿Qué pasaba con él? ¿Por qué se castigaba de esta manera? Incluso Vanessa había encontrado a alguien, y es que la rubia no perdió el tiempo al comenzar algo serio con aquel chico hispano, jefe del departamento de marketing.

¿Por qué no podía hacer lo mismo y seguir con su vida?

Sus orbes azules se fijaron en la pequeña figura de cerámica que descansaba en su escritorio, aquel dragón con ojos similares a los suyos.

el chico de ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora