21 | Rindo Haitani

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Salí de casa con el outfit más bonito que pude encontrar en mi armario, había pasado un muy buen día en la universidad y decidí terminar mi tarde con mi helado favorito y una caminata por el centro de la ciudad. Roppongi era reltivamente seguro estos días, por lo que ni siquiera dudé antes de salir sola de casa.

Crucé las calles hasta llegar a mi heladería favorita, al ser un sábado por la tarde, tuve que formar una fila para poder hacer mi pedido. Esperé con ansias mi truno por cuarenta minutos, pero supe que fue tiempo bien invertido cuando tuve aquel cono de helado cubierto con chocolate en mis manos, juraba que era el mejor momento de mi vida. Me gustaba esa sensación, me sentía la persona más feliz del mundo en estos momentos. 

Iba disfrutando del sabor dulce de mi helado mintras me dirigía a paso ligero al parque del centro, lugar que me encantaba visitar, debido a la poca cantidad de gente que lo frecuentaba y el ambiente relajado que emanaba aquel lugar. Cuando un extraño hombre me topó al querer pasar de mi, haciendo que el preciado pedazo de crema batida y crocante galleta de vainilla y canela cayera de mis manos, aterrizando en el duro asfalto. En ese momento, toda amabilidad y paz que albergaba en mi ser se esfumó por completo al ver mi helado regado por la calle principal de Roppongi.

-Disculpa- el desconocido musitó, casi inaudible.

-¿!Disculpa!? ¿Es todo lo que vas a decir, imbécil? Acabas de tirar mi helado, idiota- las palabras salían de mi boca antes que pusiera siquiera procesar mis pensamientos.

-Ey, histérica, bájale un poco, ¿si? Es solo un helado- se encogió de hombros y estaba dispuesto a seguir su camino. Pero lo impedí tomando  su brazo.

-No, no le voy a bajar a nada, ese era el mejor helado del mundo y tu solo pasaste de mi, haciendo que caiga- no me reconocía a mi misma por el tono que estaba usando con aquel desconocido.

-Arg, no estoy para niñerías ahora- llevó su mano al interior de su chaqueta -ten, cómprate otro y sal de mi camino, estoy ocupado- dejo un manojo de billetes en mi mano y se dio la vuelta molesto para luego seguir su camino.

-Amargado- musité para mí misma y conté ña cantidad de dinero que dejó en mi mano. Era suficiente para comprar cinco conos de helado, y de los grandes.

Suspiré derrotada y di media vuelta para regresar a la heladería, la cual ahora tenía el doble de fila de antes, y yo que creía que este era un buen día.

~Rindo~

Llegué tarde a la pelea, como era de esperarse, había tenido un día de mierda, olvidé el proyecto de la universidad, mi moto se descompuso, Ran cayó enfermo de la nada y ahora íbamos perdiendo una pelea contra un grupillo de mocosos que se creían loejor del mundo. Y sin contar a esa maldita loca de hace rato, que me hizo berrinche como si fuera un puta niña solo por tirar su helado al suelo.

Limpié la sangre de la comisura de mis labios y seguí mi camino a casa, debía comprar medicinas para el rey del drama en casa antes que tuviera que enterrar su cadáver en el patio. Iba maldiciendo en voz baja mientras recordaba todos los momentos tristes de mi vida si iba a sufrir, debía hacerlo bien. Cuando pasé frente a una heladería y vi a la loca de hace rato, aun haciendo fila para hacer su pedido. No podía mentir, claro que estaba loca, pero no le quitaba lo bella. Su cabello suelto bailaba en el viento y sus ojos castaños brillaban a la luz del día. No perdía nada en acercarme a ella.

-Un cono grande de vainilla con chispas y cobertura de chocolate, por favor- su suave voz resonó al llegar su turno en la fila.

-Que sean dos, por favor- tendí el dinero a la cajera mientras la lo a me miraba con desdén desde su lugar.

-Miren lo que trajo el viento, al maleducado de Roppongi. Primero matas mi helado y ahora te robas mi lugar en la fila- se cruzó de brazos y me miró de arriba a abajo.

-Creo que mi indemnización fue suficiente para cubrir la desafortunada muerte de tu preciado helado. Y no robe tu lugar, sólo... Me colé contigo- sonreí con superioridad y la miré desafiandola.

-Pesado, ni siquiera te conozco y ya me caes mal- ni giró la cabeza para verme, solo habló al aire.

Recogí ambos helados y los lleve hasta la mesa en donde se encontraba ella sentada. Puse el suyo frente a sus ojos y tomé asiento en la silla vacía. No hubo una sola palabra, solo comía su helado sumida en el silencio incómodo que nos abrumaba a ambos, yo no toqué mi cono, ni siquiera disfrutaba del helado.

-¿Te comerás eso?- preguntó con la cuchara entre dientes.

Negué con la cabeza y deslicé mi copa hasta ella, reemplazando la copa vacía.

-¿Por qué no lo comiste?- por fin me dirigió la palabra.

-Soy intolerante a la lactosa, no puedo comer helado sin inflarme como un flotador- soltó una risita y siguió comiendo de su copa.

-Quisiera ver eso- me sonrió -si no puedes comer helado, ¿por qué pediste uno tan grande?- entrecerró sus ojos, haciendo que sus pestañas casi formen una línea recta.

-Me gustas, estoy tratando de conquistarte- retiré mis lentes y comencé a limpiar una manches imaginaria con mi camiseta. 

Dejó caer la cuchara de sus manos y comenzó a carcajear como toda una desquiciada, haciendo que más de una persona volteara a vernos.

-Ya, no hace falta mentir, ni siquiera nos conocemos, además, nunca me gustaría alguien como tú- me miró mal y siguió comiendo su helado.

-¿Alguien como yo?- fruncí el ceño.

-Haces lo que quieres, nunca te disculpas y eres muy vanidoso-

-¿Vanidoso yo?- si me ofendí esta vez.

-Desde que te sentaste aqui, te has mirado en el reflejo de la ventana diecisiete veces- parpadeé muchas veces. Oh pequeña, caerás por mi, tarde o temprano.







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