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Ken Ryuguji
-YA NO PUEDO MÁS- t/n se quejaba desde la mesa de la cocina.
-Te va a hacer daño comer tanto hielo- le dio igual lo que dije porque agarró otro de la hielera y se lo metió a la boca. Le arrebaté la hielera y tiré los hielos restantes en el lavatorio de la cocina.
-¡Oye, eso era mío!- dijo con la voz rara por el hielo que estaba en su boca -¿es que acaso soy la única que siente que está ardiendo en el mismísimo infierno?- tomó un papel de la mesa y empezó a abanicarse con él.
-Te vas a enfermar, amor- tomé otro papel y la ayudé a darle aire. Por mi parte yo me sentía bien, ni frío ni calor, pero la ginecóloga nos había informado sobre los "bochornos", al parecer las embarazadas sienten la temperatura del ambiente más caliente que los demás, pero mi querida t/n ya llevaba comiendo dos hieleras y me daba miedo que cogiera un resfriado.
-Creo que mejor voy a dormir un rato, ¿vamos?- asentí siempre es un placer dormir son mi esposa -pero no te me pegues, tengo calor- levanté las manos como diciendo "no haré nada".
Una vez en la habitación me encargué de abrir un poco las ventanas para que pueda entrar un poco de aire, ella por su parte se quitó la blusa y el short, quedándose solo en pantis, no pude evitar dirigir mis ojos a sus pechos.
-Nop, ni lo pienses, por tu culpa es que ahora me muero de calor, además me duelen como el demonio-
-¿Ni un poquito?- hice puchero y rodeé su vientre abultado con mis brazos y dejé un beso en él.
-Por más que quieras, apenas los aprietes un poco, saldrá leche disparada.
-Hum, mi esposa ahora es una máquina de leche, ¡qué divertido!- sobé su vientre con mi mejilla antes de que ella tomara lu almohada larga y echarse a dormir una siesta, me acosté lejos de ella para no perturbar su paz y a los minutos caí rendido.
Desperté abrazado a la almohada de t/n, pero ella no estaba en ningún lado, supuse que estaba fuera por lo que salí a buscarla. La encontré tirada en el suelo de la cocina con una de mis camisetas, su figura formaba una estrella en el piso de cerámica.
-Aún tengo calor- dijo con un puchero.
-Bueno, es mejor que los hielos- me acosté a su lado en el piso.
-Ni siquiera se te ocurra moverte de ahí, calentarás el resto del piso- me amenazó.
Solté una carcajada y dejé un beso en su mejilla y regresé a mi lugar en el piso.
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