Capítulo XXXIII

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La bestia, que en mí duerme, se despierta gritando ¡Despierta, y después de gritar la última injuria, sacude los dientes con temible furia, como si fuera la fricción de dos hierros!

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NARRADOR
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Cuando Carlisle llegó, poco más de media hora después, Ada seguía inconsciente. Jacob se había desmayado de agotamiento y dolor, su cuerpo temblaba y la temperatura caía, como si su dolor fuera más intenso de lo que realmente era. El médico vampiro entró en la pequeña casa de Sam y miró con preocupación a la loba café que estabas acostada en la camilla que fue puesta sobre la mesa de centro de la sala.

 —¿Ninguna señal de conciencia? —preguntó, poniendo el maletín encima del sillón. Sam negó.

En la sala estrecha estaban Billy, Sue, el Viejo Quil, Charlie, Sam y Carlisle, además de los dos lobos inconscientes. Los mayores parecían molestos, sobre todo el Viejo Quil, por tener que recibir a un vampiro en tierras de los Quileutes. Pero su opinión fue fácilmente ignorada cuando Billy y Sue decidieron qué era lo mejor que podían hacer.

— Tenemos miedo. La temperatura de Jacob está bajando y el proceso de curación de Ada parece lento — Sam dice, su voz parece derrotada por ver a dos de sus lobos en esa situación. — Tememos que esto esté sucediendo por culpa de la imprimación rechazada.

Carlisle se adelantó al lado de Jacob, decidiendo ocuparse de él antes, pues era más rápido. Se situó el lado derecho del torso del lobo, sintiendo sus huesos fuera de lugar.

— Tendré que romper los huesos de Jacob para ponerlos en el lugar correcto. El cuerpo se curó mal, por lo que todavía duele —Miró a Billy, pidiendo permiso y todo lo que él pudo hacer fue asentir, los ojos pesados al ver a su hijo encogido y con una expresión tan dolorida que le apretaba el pecho. — Necesito ayuda. Sam, ¿puedes sostenerlo para que no se mueva? — El alfa asintió, yendo hacia Carlisle y sosteniendo el cuerpo de Jacob.

No contó hasta tres, mucho menos contó. Sin previo aviso sus manos heladas se apretaron en las costillas de Jacob y presionó, sintiendo los huesos ceder a su fuerza vampírica.

El grito de Jacob resonó por toda la casa, pudiendo ser escuchado desde afuera. Se despertó con el dolor y todo lo que pudo hacer fue gritar, las lágrimas cayendo por su rostro mientras sentía que el doctor le rompía todos los huesos del lado derecho.

Poco a poco, el dolor fue pasando. Mientras Carlisle colocaba los huesos en su lugar y su cuerpo iba sanando solo, el dolor del cuerpo fue pasando. Pero, al tomar conciencia de la realidad, sus ojos oscuros buscaron a Ada y más lágrimas cayeron por su rostro al verla aún en el mismo lugar. Inmóvil. Ver Ada inmóvil era difícil, por que ella vivía quejándose de que no era una estatua para quedarse parada sin hacer nada.

— ¿Por qué me están ayudando?  —Balbuceó, su voz débil mientras sentía el cuerpo cada vez más frío.  —Ada necesita atención primero. ¡Que alguien la ayude!

— Ada está más débil que tú, Jacob. Voy a necesitar un proceso más profundo y más largo— Carlisle explicó, enrollando con habilidad la banda en el lado izquierdo de Jacob, después de aplicar una pomada para los moretones. Cuando terminó, dio las instrucciones de cuidado, incluso sabiendo que por la mañana Jacob estaría perfectamente bien.

 —¿Qué quiere decir un proceso más profundo, doctor?  —preguntó Charlie, afligido por no tener información sobre la condición de Ada.

El doctor no pudo responder.

Los gemidos de dolor de Ada fueron bajos al principio, pero al recobrar la conciencia cada vez más, se volvían aullidos altos y llorosos. En un segundo, Carlisle estaba al lado de Ada, viendo los ojos verdes de la loba nublados por el dolor.

— Necesito que intentes convertirte en humana, Ada— Él le dijo urgente a la loba, que lloraba de dolor, el cuerpo aún inmóvil de manera preocupante. —¿Tú puedes, Ada? Por favor, necesito que lo intentes. No podré examinarte en forma de lobo.

Ada respondió con un aullido bajo, una negativa clara por la desesperación que parecía consumir a la chica.

Jacob se levantó del sofá con dificultad, sintiendo sus piernas vacilar y sus huesos doler. pero Ada lo necesitaba. Tenía que hacerlo, tenía que salvar a Ada de una manera que nunca necesitó otra cosa en su vida. Se arrodilló al lado de Ada, la mano libre de la férula envolviendo el rostro de la loba, haciendo que los ojos verdes se concentren en él.

— Ada, por favor, discúlpame —El llanto dolió. Él sabía que estaban sufriendo a causa del rechazo, sabía que no era culpa de Ada, sabía que él era el mayor culpable en todo esto. Él lo sabía.  —Por favor, acéptame de nuevo. por favor.

La loba lloró más, un llanto débil de lobo creciendo por su garganta y los ojos quedando brillosos por las lágrimas no derramadas. Ni siquiera sabía si un lobo podría llorar, pero estaba a punto.

Y entonces ella se quedó quieta y cerró los ojos, la respiración quedando agitada y descompasada. El cuerpo comenzó a cambiar lentamente, de una forma tan dolorosa de ver que Charlie no soportaba ver a su hija pasar por eso, girando la cara mientras detenía el llanto, culpándose por el dolor que Ada sentía y por no haber podido protegerla.

Los aullidos de dolor fueron reemplazados por gritos humanos, tan altos y desgarradores, tenebrosos de escuchar. Gritos roncos y penetrantes, que reverberaron por todos los que estaban en la sala. La transformación terminó y, tan pronto como se vio nuevamente en su piel humana, Ada lloró.

 —Ada, necesito que me digas dónde duele— Carlisle dijo, tomando la delantera de la situación. Pero la loba no respondió.

Jacob la abrazó, escondiendo su rostro en la curva del cuello de su impronta, sintiendo todos los sentimientos que ella sentía y sintiéndose insignificante, impotente. La peor de las criaturas.

— Ada, por favor, responde al doctor!—  Charlie suplicó, la voz ronca por el llanto mientras se acercaba a su hija, fuera de sí.  —¿Dónde está el dolor, hija? ¡Necesita saberlo para curarte!

Pero, lo que nadie esperaba, era que Ada fuera a gritar la respuesta, llorando como nunca nadie la vio llorar:

 —Todo duele, papá. Todo menos mis piernas— Ella sollozó, incapaz de contener el llanto. — ¡Papá, yo no siento mis piernas!

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𝐄𝐕𝐀𝐍𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐓, JACOB BLACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora