Capítulo 20

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A la mañana siguiente Diana ya tenía la réplica exacta del Sinaxil. Se había pasado toda la noche despierta, decidida a superarse a sí misma. Nunca antes había visto un compuesto tan complejo como el de aquella droga. El querer conocer lo desconocido le había atraído durante toda su vida y aquel momento no fue menos. Diana Merch prefería comer del árbol de la ciencia a vivir en la ignorancia.

Maia la encontró en la sala de operaciones, apoyada de mala manera en la larga mesa y hojeando las anotaciones que había tomado a lo largo de las últimas semanas. También examinaba su expediente, el mismo que Nate encontró en el escondite de Sin Rostro. Adormilada, se acercó a ella.

—Buenos días —le saludó mientras se frotaba los ojos y se recogía el cabello en una cola alta.

Diana, sin separarse de las anotaciones y del expediente, se levantó de la mesa y se acercó a Maia. Bajo sus ojos había dos profundas ojeras que le daban un aspecto casi enfermizo.

—Si todo sale según lo esperado, hoy podrás volver a casa. ¿Qué, no quieres volver?

Maia no supo si no sonrió por la inesperada sorpresa de la médica, porque aún seguía medio dormida o porque ya no le importaba tanto poder volver. Esperaba que no fuera lo último. Se irguió de hombros.

—El tanque llegó durante la madrugada —le informó mientras se dirigía al laboratorio—. Jacob ha cumplido con su parte —giró a la derecha y se detuvo frente a la mesa de espaldas. Después se hizo a un lado, dejando a la vista dos viales de Sinaxil.

Con la boca ligeramente abierta y apenas sin oxígeno en sus pulmones, Maia se acercó a la mesa. Rozó cada vial con sumo cuidado, no porque pudieran romperse, sino porque hasta ese mismo instante no pensó que Diana fuera capaz de reproducir la droga que la trajo a ese universo. Ahora que lo había hecho, no sabía qué decir.

—Ya he avisado al resto. Llegarán en cualquier momento, será mejor que nos preparemos.

Maia asintió, aún con la mirada clavada en los viales. Y volvió a asentir, queriendo convencerse a sí misma de que eso era lo correcto. Debía volver a casa y asumir las consecuencias de no haber capturado a Sin Rostro, de haber desaparecido sin previo aviso. Tenía que correr el riesgo de no poder volver a su antigua vida, porque ¿quién le aseguraba que el SIM no le obligaría a volver, esta vez con la agente Fisher, para finalizar la misión y salvar el mundo? Nadie. Tenía que arriesgarse. Arriesgarse a volver a ver a Jon y darse cuenta de que no lo había echado tanto de menos durante sus vacaciones en El Otro Lado; arriesgarse a volver a una casa vacía donde el rostro de su difunto padre estaba en la mayoría de las fotos; olvidarse de ese hermano que nunca tuvo, de esos amigos que lo había dado todo por ayudarla y apoyarla. Tendría que guardar la noche anterior como si se tratara de un secreto; esconder a Nate en el profundo de su corazón.

Había tantas cosas por las que se quedaría en este lado y viceversa.

Maia se deshizo del chándal con el que había dormido y se metió en un neopreno casi idéntico a con el que vino

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Maia se deshizo del chándal con el que había dormido y se metió en un neopreno casi idéntico a con el que vino. Siguió su antiguo ritual de las veces en las que se metía en el tanque de aislamiento sensorial, a veces por órdenes del doctor Moore y otras veces por voluntad propia.

Vio su reflejo en el espejo. Los labios formaban una delgada línea horizontal y el pecho ascendía y descendía con más rapidez de lo habitual. Volvió a preguntarse si quería seguir adelante. Pero no halló una respuesta diferente, tan solo una indecisión aún mayor.

Fue la creadora de la misma droga la que hizo los honores de administrársela. Diana Merch, siguiendo las indicaciones de Maia, le inyectó la primera y única dosis en la nuca. Nada más notar el pinchazo, recordó lo doloroso que podía llegar a ser. Agarró los extremos de la silla en la que se había acomodado, clavando incluso las uñas en ella. Bajo la mirada temerosa y preocupada de Nate, apretó los ojos y la mandíbula con fuerza, entrechocando las muelas traseras unas contra otras.

El Sinaxil entró en su cuerpo sin prisa, alargando aún más el sufrimiento. Medio minuto después, Diana retiró la inyección y colocó una gasa allí donde le había clavado la aguja. Aún con los ojos cerrados, Maia empezó a notar el efecto de la droga de inmediato. Los sentidos se le empezaron a nublar y, cuando miró al frente, justo donde Nate le observaba ahora con las manos sobre la cabeza, no fue capaz de mantenerse recta. La cabeza se le cayó hacia delante y su cuerpo siguió el mismo trayecto cuando las vastas manos de Jacob la ayudaron a levantarse. Poco a poco, dando pasos ciegos, Maia consiguió llegar hasta el tanque de aislamiento, donde también tuvieron que echarle una mano para sumergirse en el agua.

Una vez dentro, dejó llevarse por la droga y por el silencio que reinaba dentro del tanque. Abrió los brazos y sintió el agua alrededor de su cuerpo. Respiró profundamente y visualizó el viaje del oxígeno desde sus fosas nasales hasta los pulmones. Hasta que su mente se quedó en blanco. Hasta que ya no había nada en lo que pensar ni preocuparse.

Hasta que perdió la noción del espacio y tiempo. 

El otro ladoWhere stories live. Discover now