Capítulo 18

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Los tacones no encajaban en ella. Eran demasiado elegantes e incómodos al igual que el vestido de tubo negro que le había prestado Diana Merch. Este dejaba a la vista unas rodillas delgadas y unas piernas paliduchas estampadas de moratones. Nunca antes se había vestido de esa manera y jamás pensó que lo haría. Maia era de vaqueros, sudadera y playeras. Quizás por eso mismo no se reconoció a sí misma. La persona que se reflejaba en el espejo de cuerpo entero parecía mayor y segura de sí misma. Era una persona totalmente diferente a la que vio mientras se peinaba el cabello húmedo tras la ducha que se había dado. Los tacones puntiagudos y estrechos le aplastaban los dedos del pie y el vestido resaltaba unas curvas que siempre había intentado disimular. Pero era un sábado por la noche y necesitaba salir de allí.

—Vamos a ir a tomar unas copas, Carrie White, no pretenderás ir en chándal ¿verdad? —le había chinchado David, quien le había apodado con ese nombre tras haberle lanzado por los aires y roto su ordenador portátil.

Maia se dio prisa por terminar de arreglarse. Estiró las puntas del vestido, como si así pudiera alargarlo. Se sentía demasiado expuesta y le daba la sensación de que en cada paso que daba el vestido se hacía más y más diminuto. En cuanto terminó, buscó a a Nate.

Mientras caminaba por los estrechos pasillos del edificio, no paró de preguntarse cuándo podría ir a una tienda para comprar algo de ropa de su talla y gusto. Maldijo no haber tenido tiempo para reunir un par de camisetas y pantalones. También su viaje exprés y repentino, claro.

Maia encontró a sus compañeros de copas en el laboratorio principal. Ambos hablaban con Diana mientras que esta, mostrando sus dotes de poder hacer varias cosas a la vez, miraba por un gran microscopio. Maia se acercó a ellos en silencio y, manteniendo las distancias, escuchó la conversación a hurtadillas. Quería saber cuáles eran los progresos que habían hecho con el prototipo de Sinaxil.

—Aún me queda trabajo que hacer. —Diana se separó del microscopio— Pero creo que lo tendré en unos días. Ah, y Jacob está intentando llegar a un acuerdo con uno de sus contactos de la NASA para que nos presten uno de los tanques. De todos modos, no sé si conseguiremos que Maia vuelva a casa —añadió esto último con la cabeza gacha y los hombros hacia delante.

—Lo intentaremos.

Maia no se dejó hundir por las palabras de Nate, aunque estas habían sido acompañadas por un suspiro nada esperanzador y una expresión que vio en Jon cuando le contó sus futuras intenciones respecto a la Operación Reizen.

Maia apartó de un fuerte golpe la ola de desesperanza que surgía de cada uno de los poros de las personas del laboratorio. Después carraspeó con fuerza, llamando la atención de los demás. Nate, dejándose llevar por sus actos de justiciero, fue el primero en voltearse hacia la puerta y en clavar la mirada en Maia. La tensión de sus firmes músculos se relajó en cuanto se dio cuenta de que quien les había interrumpido era Maia y no un villano vestido de negro. Paseó la mirada por el cuerpo de la chica. Admiró el vestido mientras se mordía, inconscientemente, el labio inferior. Mientras escuchaba la conversación a escondidas, Maia ya se había percatado de que Nate se había puesto una chaqueta de cuero negra junto a unos vaqueros rasgados y ajustados del mismo color. Pero no le dio mucha importancia a la vestimenta hasta que Nate se giró hacia ella. Se fijó en su cabello revuelto, la barba de toda una semana y unos ojos que se clavaban con intensidad en las de ella. Por unos instantes pensó estar delante de Jon, a la espera de una sonrisa pícara y una frase irónica.

Ahora la admiración era mutua.

—Diana ¿ese vestido no es...? —Nate no tuvo la oportunidad de terminar la pregunta.

—¿Perfecto? Sí, lo es —contestó con una sonrisa.

—Parece que está lista para ser la reina del baile —comentó David, juguetón—. ¿Estás preparado, Tommy Ross, para acompañarla?

El otro ladoWhere stories live. Discover now