Capítulo 14

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En la sala, todos siguieron la mirada de desagrado de Nate. Allí, ante ellos, se alzaba la incógnita vestida de negro.

—Eres tú.

Si Maia hubiera podido mirar hacia todos los lados, lo hubiera hecho, para así confirmar que el enemigo se refería a ella. Pero no pudo hacerlo. La máscara de Sin Rostro tan solo dejaba a la vista dos trozos redondos de carbón. Sus ojos parecían no tener fin. Era tan diferente a los de Nate.

Las luces de la sala comenzaron a jugar.

—No, otra vez no —masculló Jacob.

—Nunca pensé que sería tan fácil. Pero cuando vi el vial, supe que eras tú.

Nate se convirtió en justiciero en un abrir y cerrar de ojos y no dudó en atacar, quitándole las palabras de la boca a Sin Rostro. Ambos, justiciero y villano, se persiguieron por la sala entre puñetazos, patadas y saltos rápidos. Sus veloces movimientos le sorprendieron a Maia y la pillaron tan desprevenida que no se dio cuenta de lo rápido que le latía el corazón y de lo intenso que era el juego de las luces.

Sin Rostro golpeó tan fuerte a Nate que este fue proyectado contra la pared con violencia. Este, satisfecho de su golpe, soltó una carcajada, mostró una sonrisa ladeada y se acercó a Maia.

—Por fin estás aquí —susurró. Fue un susurro que le puso los pelos de punta.

Una bombilla estalló en mil pedazos. Y entonces, el tiempo pareció tenerse. Los trozos de cristal cayeron al suelo con tal lentitud que daba la impresión de que estaban flotando. Maia vio los ojos de Sin Rostro: no negros, sino celestes y letales ocultos bajo una capa de pestañas en movimiento. Su puño se dirigió hacia Maia en cámara lenta, lo que le dio tiempo a leer sus intenciones. Esquivó el golpe, poniendo en práctica las técnicas de combate que le había enseñado Max Moore.

—¿Cómo ha...? —preguntó tartamudeando alguien de la sala.

Sin Rostro volvió a apretar la mano en un puño y esta vez, más furioso, cargó contra Maia, quien sintió el golpe justo donde había sufrido el disparo hacía unos días. Cayó sobre las rodillas, agarrándose el costado con fuerza y dolor. Quiso ponerse en pie, pero, para cuando lo consiguió, Nate ya había embestido contra el villano. A pesar de la rapidez y de la falta de luz, Maia fue capaz de ver cada movimiento que Diana y Jacob no pudieron. Así vio cómo Sin Rostro esquivaba una patada lateral de Nate. El primero, aprovechando el momento, agarró a su enemigo del cuello, alzándolo poco a poco del suelo mientras reía.

—Nunca serás lo suficientemente rápido, Nathaniel. ―Maia observó la escena. Todos los hacían— ¿Creías que podías salvar a la chica? Solo eres una hormiguita demasiado asustada. Un niñito asustado.

Los intentos de Nathaniel de liberarse de las garras del villano cada vez eran más débiles e inútiles. No era lo suficientemente fuerte. No era como su padre.

—No me detendrás. —Sin Rostro se rió y le quitó la máscara a Nate, dejando a la vista un rosto rojizo e hinchado a causa de la falta de aire—. Nunca lo harás.

Sus ojos inyectados en sangre. Los ojos de Jon.

—¡Detente! —Maia se armó de valor para levantarse del suelo y gritar— Es evidente que me quieres a mí. Haré todo lo que quieras, pero, por favor, déjale en paz.

Sin Rostro, en cambio, volvió a reírse.

—Claro que harás lo que yo quiera.

Maia volvió a suplicar y, aun así, el villano alzó aún más a Nate, haciendo que las venas de su cuello y frente se hincharan a punto de estallar. De sus ojos caían lágrimas.

—Para.

Maia dio un paso al frente.

—Que pares.

Hubo un apretón más.

—¡He dicho que pares! —gritó.

Las bombillas restantes de la sala se hicieron añicos a la vez que hubo un gran estruendo. Sin Rostro había sido lanzado metros atrás, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado. Y entonces, Maia lo supo: el miedo era la clave.

La clave para volver a casa sin esa dosis de Sinaxil que tanto ansiaba.

Pero se desmayó antes de poder comunicárselo a alguien.

De poder saber si Nate se encontraba bien.

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