Sobrevivientes

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Historia escrita por Revontulett, disfrútenla

No soy dueño de Dragon Ball, le pertenece a Akira Toriyama y otros, así como de cualquier otro elemento de cualquier otra obra, creación que aparezca, créditos a quien corresponda.

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Si había algo que su subconsciente recordaba de aquel día, era la imagen de sus padres sentados en los asientos delanteros del automóvil, discutiendo en un tono que jamás les había oído antes. Procuraban hablar en voz baja, para no asustarla, pero no había modo. Ella los oía. A pesar de que intentaba con todas sus fuerzas ignorarlos, los oía. Era sobrecogedor, pues sus padres no solían alzar nunca la voz ni discutir. Eran una pareja a la vieja usanza, alegre y unida. Podría haber contado con una sola mano las veces que los había visto discutir, e incluso así le sobrarían dedos. Nunca se peleaban, tal vez podían llegar a tener una cena tensa y en silencio muy de vez en cuando, pero eso era todo. Eran sumamente unidos, siempre sonrisas y palabras afectuosas, y ella los amaba por eso. Sin embargo, desde que el pánico había empezado, sus padres parecían estar esperando todo el tiempo una excusa para pelearse. Eso la asustaba todavía más que todo lo que estaba sucediendo. Por eso intentaba no escuchar la discusión, por eso intentaba abstraerse. Pero era imposible.

En esos momentos, mientras el tráfico avanzaba a un paso que ella misma podría haber igualado, su madre decía que deberían haber salido mucho antes, no ahora que todas las carreteras de salida estaban colapsadas. Su padre, en cambio, le decía que eso habría sido una estupidez. ¿Acaso olvidaba los brutales saqueos que había habido cuando todo comenzó? ¿Acaso olvidaba que habían tenido que tapear las puertas y ventanas de la casa mientras afuera, en las calles, se libraba una verdadera batalla campal? ¿Qué habría pasado si hubiesen salido en medio de ese caos en su coche, llevando una niña pequeña con ellos? Ni hablar. Habían hecho lo correcto al esperar que las cosas se calmaran un poco, por más que ahora tuvieran que avanzar a paso de hombre para dejar la ciudad.

Ella no sabía que era una batalla campal, ni por qué su madre estaba tan enojada, pero en ese momento creyó entender a qué se refería su padre con lo de "paso de hombre". Si miraba hacia adelante por la ventanilla, podía ver a miles de automóviles en hilera, uno junto al otro en una interminable masa de metal multicolor. Si miraba hacia atrás veía exactamente lo mismo, solo que con los edificios más altos de la Ciudad Estrella Naranja de fondo. Avanzaban a un ritmo exasperantemente lento, sumidos siempre en una inacabable cacofonía de bocinas y maldiciones. Muchos conductores habían detenido sus autos a un costado, sobre la hierba, y se alejaban a paso de hombre cargando con todo lo que podían. Muchas otras personas, aquellas que no tenían automóviles, avanzaban en interminables filas indias por las banquinas, muchas veces colándose directamente entre los vehículos, pues incluso a pie iban más rápido.

Al verlos, no podía evitar preguntarse de nuevo por qué toda esa gente estaba abandonando la ciudad. Le había planteado esa misma duda a su madre, antes de que partieran, pero, al ver lo nerviosa que se había puesto intentando explicarle, había decidido no insistir. Una parte de ella, no obstante, parecía darse cuenta de por qué huían; una parte de ella creía entender las noticias que pasaban por el canal local en la televisión, noticias que hablaban de ciudades cercanas devastadas, del inexorable avance de una fuerza destructora cuyo siguiente blanco era Estrella Naranja. Si, una pequeña parte de ella creía entenderlo, pero resultaba tan aterrador que el resto de su consciencia había decidido ignorarlo.

Lo mismo que intentaba hacer ahora con la discusión de sus padres.

Ya no se molestaban en hablar en voz baja. Estaban prácticamente gritando. Su padre decía que si tenía una alternativa mejor que la dijera, pero que si no se callara y lo dejara conducir en paz. Ya suficiente tenía con el caos que había afuera como para encima tener que estar soportándola a ella. Su madre le replicaba a los gritos que, si la hubiera escuchado en un principio, entonces no estarían allí haciendo fila como vacas en un matadero. Todo lo que se decían, y cómo se lo decían, la asustaba cada vez más y más. Sintió que los ojos se le humedecían. Se hubiera tapado los oídos con sus pequeñas manos si, de repente, sus padres no se hubieran quedado en silencio. En realidad, no solo habían sido sus padres. Ni las bocinas de los autos, ni los gritos airados de los conductores, ni el rumor constante de motores y ruedas podía oírse ya. Un silencio artificial, antinatural, se había apoderado de todo. Era como si en un segundo dado el mundo entero hubiera decidido contener la respiración. Y ella entendía por qué. Estaba mirando directamente la razón de ese silencio. Más allá de los asientos delanteros donde estaban sentados sus padres, a través del parabrisas, arriba, podía ver a las dos figuras suspendidas en el aire. Flotaban en el firmamento, dos siluetas gráciles y esbeltas con las manos extendidas hacia abajo, como si señalaran a la masa de automóviles que intentaba abandonar Estrella Naranja.

Un futuro diferenteWhere stories live. Discover now