Alguien aún lucha

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Historia escrita por Revontulett, disfrútenla

No soy dueño de Dragon Ball, le pertenece a Akira Toriyama y otros, así como de cualquier otro elemento de cualquier otra obra, creación que aparezca, créditos a quien corresponda.

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La liebre mordisqueaba un manojo de hierba seca en medio de un montón de escombros. Videl se acercó muy lentamente, procurando mantenerse de cara al viento. Sus pies no hacían ningún sonido al desplazarse sobre el asfalto agrietado, donde la vegetación se abría camino hacia la superficie. Tensó ligeramente su arco, acomodando la flecha sin hacer ni el más mínimo ruido. Luego de incontables años escondiéndose, tanto de los propios androides como de los demás grupos de supervivientes, había aprendido a ser silenciosa como una tumba. Y lo había aprendido del único modo que podían aprenderse las cosas en esos tiempos: a la fuerza.

La liebre movió ligeramente las orejas, alzando sus ojillos oscuros, pero no la vio. El esqueleto de un edificio derrumbado hacía ya mucho tiempo, una estructura de acero, cristal y hormigón despedazado, llena de aberturas desde donde acechar, se interponía entre los veinte metros que separaban a Videl de su presa, manteniéndola oculta. Alzó poco a poco su arco, sin dejar de acercarse. Era una pieza hecha a partir de un trozo flexible de aluminio, con una cuerda que ella misma había trenzado con muchísimo esfuerzo. Dudaba que cualquier tipo de arma, y menos una como esa, pudiera ser de ayuda frente a los androides, pero, aun así, aquel arco la había ayudado a ella y a su grupo a subsistir. También le había salvado la vida en más de una ocasión, al toparse con los bandidos que solían pulular como hienas entre las ruinas de las ciudades.

"Muy bien, ahora no la espantes".

Se detuvo a unos diez metros de la liebre, apuntando cuidadosamente. Algunas ciudades llevaban tanto tiempo abandonadas que la naturaleza había terminado por reclamarlas. La Capital del Oeste, en tiempos la ciudad más poblada del mundo, no era una excepción. La vegetación brotaba entre los escombros desde todo lugar donde hubiera un resquicio, cubriendo avenidas, edificios, ventanales y muros con su manto verde. Asimismo, ya sin la permanente presencia de las personas, muchos animales salvajes habían terminado por adueñarse de las ruinas. Uno podía estar caminando por el centro de lo que alguna vez fue una avenida principal y toparse con zorros, liebres, gatos monteses, ciervos y hasta con algún que otro animal exótico. Y perros salvajes. No olvidemos a los perros. Luego de los androides y los bandidos, las malditas jaurías de perros salvajes constituían el mayor peligro para cualquier sobreviviente. Eran tan numerosos que también constituían una fuente aceptable de carne, aunque Videl prefería mil veces una buena liebre. En un mundo donde los alimentos eran cada vez más escasos y difíciles de conseguir, uno no podía darse el lujo de hacerle asco a nada.

"Pero ahora tengo una liebre".

El animalillo debió presentir algo, porque en el último segundo alzó bruscamente la cabeza. Demasiado tarde. La flecha surcó el aire en un abrir y cerrar de ojos, atravesando de lado a lado a su presa. Videl exhaló profundamente, asomándose tras su refugio de acero y hormigón. Se acercó a paso ligero a la liebre, mirando atentamente hacia los lados. Vestía botas cortas de cuero marrón, ocultas bajo un gastadísimo jean negro. Por encima llevaba una vieja y ajustada chaqueta de piel, con el logo ya apenas visible de la Corporación Cápsula en el brazo derecho. Una larga capa con capucha, de color gris, cubría sus hombros y su pecho, larga hasta los talones. Siempre llevaba puesta aquella capa cuando salía a explorar o a recolectar. No solo la protegía del gélido clima y de la lluvia, sino que también la ayudaba a camuflarse entre las ruinas. Uno nunca sabía quién podía estar observando.

Un futuro diferenteWhere stories live. Discover now