31 | La punta del iceberg

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Dado que su horario era más corto que el mío, me llevaba al trabajo antes de marcharse a la clínica y luego pasaba por mí; cenábamos juntos y, aunque antes yo acostumbraba a comer mientras veía la televisión, había aprendido a sentarme a la mesa con él para hablar, pues sabía lo importante que era para Damon.

Nada fue incómodo.

Esa primera noche, Damon esperó a que yo me hubiese acostado. Salí del baño con mis pantaloncillos de pijama, una camiseta vieja y el cabello mojado, y él, apoyado en la puerta de nuestro dormitorio, me analizó de la cabeza a los pies mientras me sentaba en la cama.

No presté atención porque estaba demasiado ocupada hablándole del nuevo trabajo de Brenda y de que, tal vez, nos veríamos las siguientes Navidades.

Me había abrazado las rodillas, pegada la espalda a los almohadones, cuando le pregunté por qué no se acostaba si ya se había bañado.

—¿De verdad quieres que duerma contigo?

Lo miré, inexpresiva. Traía el cabello húmedo, que goteaba sobre los hombros de su viejo jersey gris.

—Me estoy muriendo por besarte, Damon.

Él tardó unos quince segundos en reaccionar. Y sin decir nada, se acercó a la cama y hundió el colchón bajo su rodilla, y tuve miedo.

Estaba frente a mí, contemplándome sin pestañear, como si fuera a agarrarme agresivamente.

—¿Qué pasa?

De repente, Damon se acercó hasta dejarse caer con todo el cuidado del mundo junto a mi costado, me besó en la mejilla y al fin apoyó la cabeza en mi pecho, abrazado a mi cuerpo.

Y mi corazón se disparó.

Hablé mientras acariciaba su largo cabello, hasta que me dormí.

Damon sufría de insomnio. Él solía dormir tres o cuatro horas, pero algunos días a la semana, dormía casi toda la noche.

Las primeras tres semanas, se despertaba de madrugada por culpa de las pesadillas. Yo lo sentía incorporarse a mi izquierda, de espaldas a mí; se apoyaba en su antebrazo y revolvía su lacio cabello. Resollaba.

—¿Qué pasa?

Damon se limpió la nariz.

—Es que... no acostumbro a dormir con nadie.

Me arrastré hasta sentarme a su lado y abrazarme a su espalda.

—Sabes que puedes decírmelo, ¿verdad?

—Creo que es una crisis emocional.

A veces me confesaba que estaba preocupado por Eskander, por su enfermedad y su forma de pensar. Otras veces, me decía que era Anne quien le inquietaba.

Una noche me preguntó por qué su padre nunca le había querido como si yo tuviera la respuesta. Pero yo le escuchaba porque no sabía qué más hacer.

—Si soy su hijo —sollozaba—, ¿qué he hecho? ¿Por qué no me quiere?

Le besé el hombro por encima de la camiseta blanca.

—No has hecho nada —murmuré—. Hay mucha gente que te quiere, Damon. Eres muy inteligente, y trabajador y... No soy buena para esto, pero no podría estar más orgullosa de ti.

Una vez dejaba de llorar, Damon me daba las gracias sin expresar nada en la voz y volvía a acostarse a mi lado.

Yo me abrazaba a su cuerpo y, pocos minutos después, sentía su cálida mano posarse sobre mi hombro.

Damon #3Where stories live. Discover now