03 | Y si nada podía empeorar

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Acabábamos de empezar el curso y ya me sentía estresada.

Me quedaba trabajando en mis tareas hasta las dos de la mañana, bebiendo café con tal de mantenerme despierta; no quería acostumbrarme a llevarme la tarea a casa de los Peyton, donde trabajaba de niñera, porque entraría en un mal hábito de procrastinar, y no era mi intención arruinarme el año yo sola.

Pero llegué a casa el jueves a las nueve y media de la noche y me encontré a Archer limpiando la cocina. Ya me había servido un plato de lasagna de microondas.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué estás limpiando? Me toca la cena, Archer.

Él resopló.

—Para que puedas bañar a mamá.

—¿Qué?

Había llegado el día que más temía.

Sabía que era una realidad inminente, pues ya no lograba ir al baño por su cuenta, pero ducharla era demasiado. Antes de que me diera cuenta, el estrés me había empañado los ojos de lágrimas.

—No puede sola —me explicó Archer antes de que yo le pidiera explicaciones— y yo no voy a hacerlo.

—¿Porque eres hombre? —repuse, frustrada; me dolía el pecho y estaba exhausta, además de que había quedado empapada porque llovía casi todas las noches y me vi obligada a caminar desde la parada del autobús hasta el portal—. Archer, no tienes ni idea del horrible día que tuve. Tuve que lidiar con los hijos de la señora Peyton, que lo único que saben hacer es pelearse; tengo un montón de tarea de anatomía y un borrador que entregar el lunes. No puedo bañar a mamá.

Archer suspiró.

—Estás cargando con esa responsabilidad porque quieres —me contestó, y abrí los ojos por la sorpresa.

¿Me estaba acusando de mis propios problemas?

—Porque es mi madre —repuse, indignada— y la tuya. ¿Pretendes que no haga nada por ella?

—No sé, Vi —me contestó él al fin, y vi sus ojos azules resplandecer de frustración. Estaba tan exhausto como yo—. Hago lo que puedo para ayudarte, pero ya no aguanto más. Necesito un fin de semana con Hunter. Y eres inteligente. Tendrás tiempo de terminar todo lo que tienes que hacer este fin. Pero no voy a bañar a mi madre, y no tiene nada que ver con ser hombre. Simplemente es demasiado para mí.

—¿Y para mí no?

Se me cerró el estómago.

Enojada, abandoné la sala de estar y la cocina, y atravesé el pasillo en dirección a mi dormitorio. Arrojé la bandolera contra el escritorio. El estrés me superaba.

Una vez detrás de la puerta cerrada, pude llorar en paz, de estrés y de rabia, sin que nadie me escuchara. Me desordené el cabello castaño, que además debía lavarme pronto.

Archer ni siquiera trabajaba: no tenía tantas responsabilidades como yo. Y si entregaba tarde mi ensayo, no estaba segura de que la doctora me lo aceptara después.

Saqué mi teléfono para llamar a Brenda. Le pediría que me ayudara el domingo de nuevo, o de lo contrario, nunca terminaría.

La señora Peyton quería que cuidase de sus dos hijos el sábado, pues saldría a una boda, y la única solución que se me ocurrió fue pedirle permiso para usar su computadora mientras estaba en su casa. Así, sus hijos podían matarse si querían mientras yo terminaba mi ensayo.

¿Pero qué haría con la comida? ¿Se la dejaría hecha a mi madre? ¿Y si necesitaba ir al baño?

Pestañeé para ahuyentar las lágrimas.

Damon #3Where stories live. Discover now