08 | Otro sentimiento

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Al final fui al partido con Brenda, Jocey y dos amigas más, aunque pasé todo el partido criticando la falsa hombría de los chicos, su emocionalismo y su debilidad. Por eso, en cierto punto, Brenda decidió ignorarme para dirigirse solo a Jocey. Mi madre me llamó dos veces, pero solo descolgué la segunda llamada: quería saber a qué hora volvería. Por lo visto, había ensuciado la cama de nuevo y me tocaría limpiar y lavar las sábanas esa noche.

—¿Piensas traer algo de cenar o me vas a matar de hambre?

Suspiré pacientemente.

—Dejé comida en la nevera.

No tenía ganas de pensar en qué haría para cenar esa noche. Jocey había comprado una caja enorme de donuts para compartir con nosotras, así que agarré uno. Debí haberme atado el pelo antes de comer, porque por culpa del viento, se me pegarían algunos cabellos al glaseado en mis labios.

Aunque nunca me había interesado el fútbol, ni jamás habría venido de no ser por las chicas, era imposible dejar de mirar a Damon Barrett si lo único que decían Brenda y Jocey tenía que ver con él. Y Brenda tenía novio, pero Cedric era un imbécil y no el muchacho ejemplar que creían sus padres, así que se sentía con la libertad de admirar a cualquier otro chico que cruzase frente a ella.

A mí no me importaba que ligara con todo hombre que le gustara. El problema era que solo hablaban de Damon. No destacaba, de no ser por su altura. En cierto momento, Jocey comentó que por ahí se decía que el número nueve era su hermano.

—¿Es que el príncipe tiene un hermano? —inquirí, metiéndome de repente en la conversación.

Brenda se enderezó.

—El número nueve —repitió—, el que acaba de caerse.

El chico número nueve estaba más delgado que Damon, tenía el cabello negro revuelto y no parecía saber nada de deporte. De hecho, pensé que tenía un problema físico, porque se cayó dos veces y ni siquiera puso las manos para frenar la caída. En la segunda ocasión, Damon mismo lo ayudó a salir del campo porque le sangraba la rodilla.

—Los hombres son tan delicados —mascullé.

No me arrepentí de ir por los donuts, pero agradecí cuando el partido finalizó. No había nada que me aburriese más que el fútbol, en especial porque nunca me había molestado en aprender las normas. Además, los hombres se volvían irracionales cuando se trataba del deporte, y detestaba estar rodeada de ellos.

Por suerte, no había tanta gente. Era una clínica pequeña en la que no había estado antes, aunque me sonaba de vista al pasar en el coche de Zane; las gradas cercaban el campo, en las que cabríamos unas cien o doscientas personas, bajo el frío cielo nublado de Londres. Para cuando nos fuimos, me dolían las piernas de estar sentada tantas horas.

—Espera, Vi, vamos a saludar.

De mala gana, las seguí hasta la esquina del campo. No entendía cuál era el propósito si nos veíamos todos los días en clase. Ni siquiera era un jugador excepcional como para reconocer su talento. Cruzada de brazos a cierta distancia de ellas, las vi hablar con Damon, que ni siquiera despegó los labios.

Murmuró un leve "gracias", creo, porque apenas le veía mover la boca. Las observaba como si fueran alienígenas que hablaban en otro idioma.

Y de repente, chocamos miradas.

Sus ojos negros analizaron mi rostro; luego se dio la vuelta hacia su hermano. Consiguió que mis amigas lo dejaran en paz en cuanto vieron que el otro muchacho estaba lesionado.

Damon mismo le había vendado la rodilla y lo supe al ver la desastrosa hazaña que traía su hermano en la rodilla herida.

—¿De verdad piensa dedicarse a la pediatría? —farfullé mientras regresábamos al aparcamiento, donde Jocey había aparcado su coche.

Damon #3Where stories live. Discover now