21 | Ansiedad

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Maldito Damon.

Me estaba volviendo loca e incluso Brenda comenzaba a notarlo. No le conté nada de lo que habíamos hablado Damon y yo, aun cuando me cuestionó en el autobús, de regreso a la escuela.

—Nunca te había visto abrazar a nadie —masculló el miércoles otra vez, removiendo sin ganas la nata montada de su café helado—. ¿Qué pasa con el príncipe?

Me encogí de hombros.

—Nada, ¿por qué?

¿Pero cómo salía ahora del lío en el que me había metido? No despegaba la vista de la puerta por si Damon entraba. ¿Qué demonios me pasaba?

Brenda se rio.

—Porque sí te gusta —soltó.

—Claro que no —repliqué, molesta—. No me gusta, solo es fácil trabajar con él. Nada más. No exageres. Además, es imposible que él se enamore de mí, tanto como que yo me enamore de él. Lo que pasa es que me da ansiedad y por eso... Por eso me pongo tan nerviosa.

Me habría muerto de vergüenza si era amor o una estupidez así.

No quería quererle. Me negaba.

Había estado viendo a Damon jugar los domingos cuando tenía partido; me llevaba mis apuntes para repasar durante los juegos. Apenas faltaban dos semanas para los exámenes finales, antes de las vacaciones de verano.

Pero desde que lo había abrazado, se me antojaba hacerlo cada vez que lo veía. No soy muy afectiva, pero necesitaba un abrazo de vez en cuando. Y él abrazó con tanto cuidado que casi se volvía terapéutico.

Y sí, confesaré que me moría por besarle, pero no quería arruinar su primer beso. Nunca se me ha dado bien besar. Además, Damon quería casarse y yo no planeaba comprometerme con nadie. Por tanto, no estábamos destinados.

Algunos domingos, después de sus partidos, lo llevaba a mi casa. Me hablaba de su trabajo a medio tiempo en la veterinaria los fines de semana; casi siempre cenábamos juntos en la sala.

Mi madre sabía que él estaba en casa, pero no le interesaba lo que yo hiciera. De hecho, me preguntaba por Archer, que me ayudaría ese verano a cuidarla.

El primer domingo de mayo, alrededor de las siete de la tarde, Damon subió a mi coche. Había asistido a uno de sus partidos, después de varias semanas de entrenamiento, y ya anochecía. Se puso la sudadera azul marina antes de abrir la puerta, a pesar de que terminaría apestando a sudor.

—¿Estás bien?

Le pregunté porque su forma de respirar me desconcertó. Su cabello goteaba de sudor y parecía haber perdido el aliento, pero ni siquiera había corrido al acercarse a mi coche.

Damon se acarició el cuello como si tratara de quitarse algo que le molestara, pero la sudadera le quedaba holgada. Luego posó una mano sobre su estómago.

—Sí, ¿por qué?

—Respiras raro.

Él volvió a rodearse el cuello con la mano y yo, sin entender qué ocurría, arranqué. Le pregunté si había estado comiendo bien y me dijo que sí, pero se veía más delgado; entonces quise saber qué le preocupaba, pero Damon sacudió la cabeza.

—Nada.

Su tono se había endurecido.

Aunque no le creí, decidí dejarle en paz. Lo vi morderse los labios de soslayo y sacudir la rodilla; se le habían acelerado los latidos y lo sabía por la forma en que se tocaba el pecho y el cuello.

Damon #3Where stories live. Discover now