28 | Sinceramente, tuyo

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Yo, en cambio, sentía que podía hablar de cualquier cosa con Damon. Él no me juzgaba, no se cansaba de escucharme, no pedía nada a cambio. Después de clases, lo llevaba en coche a la veterinaria donde trabajaba a medio tiempo o a la clínica para sus sesiones de terapia; otras tardes, lo conducía al apartamento de Eskander, de donde se marchaban juntos al hotel.

Damon agarraba su mochila antes de bajarse y me preguntaba si podía besarme, y yo le decía que sí.

Una noche, aunque había abierto la puerta, se detuvo en seco para girarse hacia mí. Las luces de la calle bañaban el cristal del auto, pero el cabello largo ensombrecía su rostro.

—¿Qué pasa?

Él parpadeó, inexpresivo.

—Me gustas —dijo, monótono.

Era lo más básico que podía decir.

—Tú también a mí, Damon.

—Creo que eres preciosa.

—Gracias. Tú también eres guapo. ¿Algo más?

Damon negó con la cabeza y salió del coche.

Le contestaba en el mismo tono porque creo que él se sentía mal si se daba cuenta de que no me lo había dicho en varios días. Y prefería fingir que no se me volcaba el corazón cuando él lo decía para que no se sintiera mal.

Pero él me encantaba.

Lo había llevado al apartamento de Eskander, después de insistirle todo el camino que se mudara a mi casa. Jamás se me habría ocurrido ofrecerle el cuarto de mi hermano a nadie, ni a Zane, pero Damon podría partirme en dos y yo me disculparía.

—Ni siquiera me dejas pagarte la gasolina —se había quejado él, aparcado el auto frente al apartamento de Eskander y su novia.

Hice una mueca.

—No quiero que me pagues nada. Todavía me arrepiento de haberte hecho pagar por ensayos que ni yo misma sabía si estaba haciendo bien.

—Saqué buena nota.

—Fui una abusiva, reconócelo.

—Te estabas protegiendo y eso está bien.

—No, estaba aprovechándome de ti.

—Deberías seguir haciéndolo antes de que te arrepientas.

Batí los párpados, indiferente.

—Eres lo único de lo que no me arrepiento en mi vida —aclaré; Damon giró su rostro hacia mí y se me quemó el corazón en el pecho—. Quiero compensártelo. Tú no me dejarías vivir en un hotel si fuera al revés.

Pero Damon se rio. Y su risa siempre sería mi sonido favorito.

—Querida, Eskander me compraría un hotel si yo se lo pidiese. No lo hace porque he estado ahorrando.

Lo decía con tanta dulzura que me hervía la sangre en las venas, porque esa no era la razón real por la que no quería vivir conmigo, sino que tenía miedo de que yo quisiera acostarme con él y se viera obligado a rechazarme, como si yo hubiese olvidado aquella conversación en el invernadero.

Algunas tardes, cuando no tenía entrenamiento, Damon se quedaba en mi casa hasta las nueve de la noche. Copiábamos apuntes en la sala, donde mi madre se sentaba a escribir, y en cuanto él veía los platos apilados en el fregadero, me preguntaba si podía lavarlos.

—Estoy acostumbrado a lavarlos inmediatamente después de comer.

Una vez pasamos a comprar sushi para cenar juntos en mi casa, alrededor de las seis de la tarde, y cuando llegamos, no había platos apilados en el fregadero.

Damon #3Where stories live. Discover now