04 | Damon

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Zane me habló el sábado y regresamos. Honestamente, me sorprendió que no me llamase antes.

A la una de la mañana, mientras sacaba las sábanas de la secadora porque había olvidado hacerlo en la mañana y tenía mi cama sin hacer, oí una serie de golpes en mi puerta, un lamento profundo y llanto, y creí que un alma en pena se había confundido de domicilio.

Salí del minúsculo cuarto de lavandería, preguntándome si la policía, un indigente o un fantasma me estaba buscando; primero me aseguré de que hubiese echado el cerrojo, luego me acerqué a la mirilla.

Era mi novio, con la cara empapada de lágrimas, el cabello negro revuelto e incapaz de tenerse en pie.

—¡Si no me abres, echaré abajo la puerta!

Obviamente no lo haría porque no tenía fuerzas siquiera para empujar una silla, pero quité el cerrojo y abrí.

Llorando, se abalanzó sobre mí y me envolvió el apestoso olor a cerveza. Había estado bebiendo. Me pidió perdón por no haberme respetado, me confesó que no podía vivir sin mí y que necesitaba otra oportunidad. Mientras balbuceaba disculpas entre lágrimas e hipo, incapaz de terminar una frase coherente, lo sostuve entre mis brazos.

No le escuchaba.

—¿Los idiotas de tus amigos te han dejado solo en la calle? ¿En serio?

—Lo voy a arreglar, Vi, lo voy a...

Las arcadas lo interrumpieron, pero me aparté a tiempo. No vomitó. Solo escupió saliva, apoyado sobre sus rodillas, mientras yo cerraba la puerta; luego lo acompañé hasta la mesa del comedor para ayudarle a sentarse en la silla. Desparramado sobre la mesa, lloró y lo vi retorcerse como si fuese a vomitar.

—Tengo que hacer mi cama —murmuré—, así que primero ve al baño.

Era muy tarde: había manejado solo hasta mi casa y no se encontraba en condición de regresar conduciendo. Al final, hice la cama mientras él devolvía el estómago en el baño como cualquier hombre sin dominio sobre el alcohol; luego lo ayudé a acostarse en mi cama y me dormí en el cuarto de mi hermano. Él estaba acostumbrado al olor de mis sábanas, aparte de que no permitiría que ensuciara la cama de mi hermano.

Zane estaba demasiado borracho como para que le importase, o como para sentirse avergonzado, aunque él no sabía lo que era la vergüenza.

Desde la cama de mi hermano, escuchaba a mi madre asfixiarse al dormir y cambiar de posición para que el peso de su cuerpo no le aplastara los pulmones.

No sabía cómo librarme de Zane. Tanto él como sus amigos me hartaban. Pero le necesitaba porque tenía coche, aunque sonara terriblemente egoísta. En cuanto consiguiera uno propio, me desharía de él.

Había hablado con la señora Peyton el día anterior para explicarle que no podría trabajar por las mañanas; la señora Peyton tuvo que buscar a otra niñera y me quedé sin trabajo. Por lo menos, sabía que, si le pedía dinero a Zane, me lo daría.

El lunes, me desperté tarde. Mi madre me gritó a las cinco de la mañana para que la ayudase a ir al baño. La incorporé, la acompañé y, cuando me preguntó por Archer, le dije que regresaría más tarde de casa de Hunter.

—Dile que me traiga algo de comer, porque tú no vas a estar.

No rodé los ojos por respeto, pero quería espetarle que ella misma debería cocinar. No obstante, eso desencadenaría un sermón sobre cómo apenas disponía de movilidad, lo egoísta que yo era y que le dolía el alma más que a mí la espalda. Mi madre no era consciente de su condición y no podía recordársela de una forma tan cruel.

Damon #3Where stories live. Discover now