CAPÍTULO 9: EL CASO DE LA HABITACIÓN ESCARLATA

Start from the beginning
                                    

—Buscaré a alguien que tal vez pueda ayudarnos. Es mi única esperanza.

Salí del departamento de Slash y me apresuré a tomar un taxi con rumbo hacia la estación de policía. Durante el viaje, tamborileando los dedos con nerviosismo sobre el asiento y rogando porque el conductor se diera prisa, pensaba en la única persona que podría ayudarme, pero tenía mis dudas. No sabía si podría obtener su ayuda, pero no tenía a quien más recurrir. Era mi mejor apuesta en ese momento, y si se negaba a ayudarme, tendría que salvar a ambas yo solo.

El viaje fue rápido y llegué antes de que el personal comenzara a retirarse. Entré como una bala por la puerta principal y me acerqué en menos de cuatro zancadas a la recepción. La mirada que me dedicó la oficial que estaba tras el escritorio me hizo pensar que lucía como un psicópata.

—¡Por favor! ¡Díganme donde puedo encontrar a Victoria! —dije, en voz alta y cargada de urgencia-. ¡Necesito hablar con ella ahora!

—¡Cálmese! ¡No tiene que gritar así! —me replicó la oficial mientras tomaba de su cinturón un transistor—. ¡Esta es una estación de policía, no un mercado!

—¡Por favor!

—¡Ya le dije que espere!

Miré a mi alrededor, perdiendo la paciencia. El nerviosismo, resultado de la ansiedad que me producía sentir el tiempo pasar sin algún avance, me estaba consumiendo.

—¡Victoria! ¿Dónde estás? —grité hacia el interior de la comisaría, y en un arrebato de angustia, crucé más allá de la recepción.

Mis pies me llevaron a toda velocidad. Percibí el ruido del detector de metales cuando crucé por el dispositivo. No cargaba ningún arma, así que solo debían ser las llaves de mi casa, pero en ese momento no pensaba con claridad. Corrí por varios pasillos buscando la Unidad de Victimas Especiales, pero estaba totalmente perdido.

De pronto, sentí el peso de varios agentes de policía cayendo sobre mí. Caí pesadamente y el dolor en mi pecho fue intenso.

—Oficiales —musité, de cara al suelo—, por favor, necesito hablar con la detective Monreal.

—Quédate quieto, muchacho —me replicó uno de ellos con severidad.

Repetí el nombre de Victoria una y otra vez, rogando que me permitieran verla, pero los oficiales me mantuvieron detenido. Seguramente habían sido llamados por la recepcionista.

—¿Fernando? ¿Qué diablos estás haciendo? ¡Suéltenlo! ¡Ya basta!

Como si mis plegarias hubieran sido escuchadas, pude reconocer la voz de Victoria. Los oficiales me pusieron de pie y me sostuvieron de los brazos con fuerza. Decidí no forcejear con ellos, y miré a Victoria directamente a los ojos.

—¡Necesito hablar contigo, Victoria! ¡Es algo de vida o muerte!

—¿Por qué irrumpiste así? ¿Estás demente? —Victoria me increpaba con severidad. Sus ojos denotaban una gran confusión—. ¿Olvidas dónde estás?

—¡Por favor!, necesito que me escuches... —Mi mirada debía ser la de un hombre desesperado.

—Detective, lo pondremos bajo arresto por allanamiento y resistencia a la autoridad. Luego podrá hablar con él —dijo uno de los oficiales, que comenzaba a arrastrarme hacia otro pasillo.

—¡No, por favor! ¡Necesito hablar con Victoria! ¡Esperen!

—Oficiales, ya detengan el escándalo. ¡Es una orden! —Victoria nos seguía de cerca, tratando de impedir el arresto, pero cuando cruzamos una puerta, le impidieron el acceso.

La Detective ImpertinenteWhere stories live. Discover now