CAPÍTULO 5: EL CASO DE LOS LAMENTOS OLVIDADOS

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La noche que vi al señor Clemente en la fiesta de disfraces, me hizo creer que las sospechas eran ciertas, por la mujer que lo acompañaba. La invitación tenía su nombre: Clarisa Martinelli.

Sobre ella no había investigado mucho. Había muy poca información pública sobre su persona, y en el tiempo que había seguido al señor Clemente no la había visto cerca. Además, el itinerario de mi objetivo había sido bastante estricto los últimos días: del hogar al trabajo y viceversa.

Amanda tenía razón: estos casos eran aburridos.

Cerca del mediodía, vi salir al señor Clemente acompañado por la propia Clarisa. Era tal como la recordaba: cabello rubio y lacio que llegaba a sus orejas en un corte simétrico, un rostro perfilado como si se tratara de una escultura griega y un porte elegante. Se notaba que era sofisticada en todo sentido. Abordaron un vehículo oscuro conducido por un chofer uniformado y partieron. No perdí tiempo y los seguí.

Llegamos a un restaurante elegante donde los vi entrar. Los seguí de inmediato luego de estacionar el auto, y fui guiado por el Maître a una mesa que afortunadamente, estaba cercana a mis objetivos. Disimulando lo mejor posible con el menú, tomé fotografías de la pareja con mi celular. Luego de eso pedí una cerveza para aparentar ser otro comensal, hasta que me di cuenta muy tarde del costo de una botella.

«Adiós a la comida del fin de semana», pensé al borde de las lágrimas.

Luego de que ambos almorzaron, regresaron al edificio empresarial. Una vez más me vi obligado a vigilarlos por horas, y cerca de las tres de la tarde, Clarisa salió del edificio sola, abordando otro vehículo de color negro que llegó cruzando de una esquina.

Como se acercó a mí en contrasentido, disimulé lo mejor posible para que no notaran mi presencia. Había tomado nuevas fotos de ella, por lo que decidí que había avanzado en el caso.

Amanda me llamó al celular preguntándome dónde estaba y por qué no había devuelto aún el vehículo. Le di los avances de mi investigación y luego de una pausa, exhaló un suspiro.

—Saltamontes, en cuanto acabes deja el auto en su puesto y puedes irte a casa. Voy a salir con Slash esta noche.

—¿Con Slash? —pregunté intrigado. Después de lo de Axel, sabía que eran muy unidos, pero no imaginé hasta qué punto.

—¿Acaso estás celoso, Saltamontes? —preguntó mi jefa de forma socarrona.

—No es por eso. Mejor diviértete y no me prestes atención.

—No tienes que decirlo dos veces. Que tengas un lindo día. —Amanda colgó el teléfono.

Miré el reloj del teléfono. Como no habían pasado más de veinte minutos, decidí dirigirme a la casa de la familia Clemente. Era hora de reportar los avances de mi investigación.

El chalet de la familia Clemente era bastante acogedor, pero no por eso estaba libre de ser una casa para ricos. Debía entrar a una urbanización cerrada por una verja supervisada por el vigilante, que controlaba la entrada y salida de los visitantes. Una vez que di las razones de mi visita, me dejaron entrar y conduje un poco más hacia la casa.

La señora Lorena me recibió con una sonrisa apagada y me invitó a pasar, guiándome hacia el sofá y ofreciéndome un jugo de manzana que ella misma preparó. Como no había almorzado lo agradecí gustoso. No me atreví a gastar más dinero en ese restaurante.

—Supongo que viene a comentarme sobre mi esposo, detective —dijo ella mientras tomaba asiento en una butaca frente a mí—. ¿Ha averiguado algo?

Le comenté sobre la existencia de Clarisa Martinelli, y cómo la encontré acompañando a su marido en la fiesta de disfraces del señor Nogales. Luego le comenté sobre el seguimiento que hice de su esposo, y le mostré las fotografías que tomé de la mujer. La señora Lorena tomó mi celular y pasó las fotografías una a una con su dedo. Luego se levantó y caminó unos pasos, dándome la espalda y sin dejar de mirar las fotografías.

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