32. Niño Crisálida.

7 0 0
                                    

La muerte hace vida en las esquinas.
Se acicala con volutas de nicotina
y malluga redondeces hasta reducirlas a salpicaduras de un diario coagulado,
con los nombres de todos sonriendo
a través de dientes reventados.

No existen más vueltas después de la última. Desgrana las hojas nuevas de la infancia. Convencida, ávida,
se ha dejado de sonar las falanges
pues ya no gotea;
se enroca
y absorbe con el encanto del recaudador,
las comas y las diéresis.

La ciudad se le ha convertido en cigarra de verano exiguo,
crisálida costillar de barniz agrietado.
En sólo una coraza cóncava despojada de alma; un féretro de porcelana lujosa
que invita a sembrar las ideas
en sus cojines de plumas de brea.
Sus playas agonizan a la luz de la luna mortecina, como una luminaria de burdel.

Me muerdo el labio cuando pretendo cuestionar al diablo
y la sangre chorrea con sus caras malformes, gimotea agria,
cae con ambas palmas pesadas extendiéndose, como gritos húmedos violentándose contra el vidrio.

Chocan miles de sueños cuando se saben precarios,
en los pedales de las bicicletas oxidadas por las lágrimas.
Y ella,
que no será madre ni viuda,
acoje al último,
le observa la tinta
y se muda.

CrisálidaWhere stories live. Discover now