—¿Qué demonios está sucediendo? —pregunté, cruzándome de brazos.

Finalmente, los ojos castaños de Cassian reposaron sobre mí y me contemplaron, dubitativos. Parecía estar librando una batalla interna hasta que dio un paso en mi dirección.

—Cassian, basta —intentó detenerlo Cayla.

La urgencia en su tono de voz causó que mi piel se pusiera de gallina. No entendía nada. De todas maneras, él no se detuvo. Me miró con determinación antes de pronunciar:

—Cayla planea herir o matar a alguien esta noche, y por algún motivo, me quiere a incriminar a mí. Solo te lo digo porque, si las cosas se tornan feas, necesito que alguien de confianza sepa lo que está sucediendo.

—¿Qué?

Lo miré con incredulidad, y luego la observé a ella. Pensé que me dirían que estaban haciéndome una broma, pero no fue el caso.

—Eso no es verdad —se defendió Cayla—. Lo estás malinterpretando todo. Ya te dije que no sabía que tendría que usar tu veneno.

—¿Quiere decir que sí piensas... matar a alguien? —dije, bajando la voz—. ¿Qué está pasando? ¿Y por qué Cassian dice que quieres incriminarlo?

Miré hacia los rincones de la habitación, buscando alguna cámara visible. Esa noche no contábamos con ningún artefacto de Arcadis, por lo que Robin —o Connektd— no podrían escucharnos; pero tampoco podíamos arriesgarnos a que el Gobernador de Harlax se enterara de aquello. No entendía con exactitud lo que sucedía, pero los tres podíamos ir a la cárcel con solo esa discusión.

—Esa es su razón para estar aquí —comentó Cassian, caminando hasta estar a mi lado—. El arma que debe utilizar tiene un veneno. Y adivina a quién le pertenece la fórmula de ese veneno... O al menos la versión original.

Sabía que debía resultarme sorprendente el tema de Cayla, no obstante, lo que más me dejaba con la boca abierta era que Cassian me lo estuviera contando a mí. Tenía que sentirse muy desesperado y sin opciones o aliados como para confiar en mí de esa forma.

Así que intenté devolverle la confianza.

—Tal vez está trabajando con el Senado —dije, acusando a mi compañera—. Escuché a dos personas hablando sobre nuestro equipo y sobre que necesitan pruebas para algo. Creo que quieren atrapar a tu papá, Cassian. —Luego, miré a Cayla—. ¿Qué tienes que ver tú con todo esto?

Su expresión fue un poema a la confusión.

—¿De qué me hablas, Astra? No estoy trabajando con nadie del Senado.

—¿Entonces con quién? —interrogó Cassian, a punto de perder la paciencia.

Ella alternó la mirada entre ambos, y en algún momento se concentró en la puerta, como si estuviera calculando cómo salir de ahí. Supuse que se sintió acorralada, porque suspiró y se sentó en la cama con expresión de derrota.

—Ellos van a matarme —murmuró. Su voz se quebró—. Solo tenía una oportunidad y acabo de desaprovecharla. Ahora que ustedes sospechan... Lo lógico es que intenten desaparecerme. —Sus manos apretaron la sábana y gruñó con furia—. Es mi culpa.

Caminé hasta ella, aun dudando hasta de su preocupación, y me senté en la cama. Guardé la distancia porque no sabía si era capaz de lastimarme para salir de ahí. Cassian se quedó de pie y al otro extremo, sin perderla de vista y sin confiar ni una pizca en su supuesto debate interno.

No sabía cómo empezar o qué preguntas exactas hacerle. Cassian leyó mi expresión y decidió ponerme al día:

—Las personas que lastimaron y le hicieron todas esas cicatrices a Cayla están aquí hoy, o al menos el principal responsable. Suponía que era de esa persona de quien se quería encargar, lo que no entiendo es por qué usarme a mí.

Arcadis: El juego ©Where stories live. Discover now