07: El hilito

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El hilito
Lillie Torres

El hilito Lillie Torres

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Él despertó.

Y no sabía que podía ser peor, que estuviera despierto o que de hecho no lo estuviera. Los policías habían llegado, estaban escoltando su puerta como protocolo real.
No me dejaban entrar, podía haberlo hecho hasta hace media hora, pero la madre de Félix llegó y entonces todo empeoró.

Mi vida estaba en una cuerda, esas que están a punto de romperse y que todo depende de un hilito.

—El paciente quiere ver a Lillie —anunció la enfermera al salir de la habitación del herido.

Y todas las miradas recayeron sobre mi.
Nadie más estaba en la habitación, porque así lo quería Félix, ni siquiera había dejado entrar a su querida y respetada reina. Así que debía temer.

—Ve, Lillie —comentó la abuela— no lo hagas esperar.

Podía entrar en pánico porque Félix quería verme antes que a nadie, pero viendo el lado positivo que me obligaba a tomar, esto era mucho mejor de lo que esperaba, que tal si no recordaba nada o tenía amnesia? No es que fuera bueno que tuviera amnesia, bueno si para mi, mal para el.

Sonreí y asentí a mi abuela.

—Entraré —respondí.

Tenía un brazo roto y una venda en la cabeza, pero créanme, de la manera en la que rodó pudo haber quedado peor.

—Hola —salude al entrar y cerrar la puerta.

—Lillie, estás aquí —comentó cansado.

Y mi teoría de que había perdido la memoria se esfumó por arte de magia.
Pero aun no todo estaba perdido.

—Creí que no te vería nunca más.

Yo también.

—¿Estas bien? —pregunté.

Hipócrita

Gracias, me lo tomaré como un halago.

—Me duele absolutamente todo, he rodado por las escaleras —comentó, pero luego puso su mano (la sana) sobre su barbilla— Bueno, me han tirado por las escaleras.

Y si, era du forma de decir: "Se lo que hiciste y la intención que tenías" ese tonito que utilizó me quitó toda la pena que sentía al verlo ahí encamado.

—Está bien, lo acepto —decidí enfrentar la realidad— te tire, lo hice, pero simplemente quería que me soltaras y no lo hiciste cuando lo pedí, así que me vi obligada a soltarme, claro que se me fue un poco la mano, pero mi intención no fue lastimarte, en serio, lo siento mucho.

Y él sonrió.

—Gracias por confesarlo —dijo levantando su celular— me has facilitado el proceso de... ya sabes, declarar en tu contra y que tú declares... nos hemos ahorrado mucho tiempo.

Sabía, sabía que el príncipe Félix es un chico que finge ser encantador, noble y servicial, pero en realidad es una víbora de cuatro cabezas que estaba echando veneno cuando nadie veía.

—Aunque... se me acaba de ocurrir una gran idea —soltó entusiasmado—. ¿Quieres saberla? Bien, de todas formas te lo contaré.

Esta vez si quería empujarlo por unas escaleras. Juro que estaría por aventarme por la ventana con tal de no escucharlo decir estupideces.

—Permíteme reírme, me ha causado gracia tu broma.

Y me reí sin ganas.

—Te golpeaste muy fuerte la cabeza.

—Probablemente —respondió—. Quiero que seas mi novia, que aceptes mi propuesta de matrimonio y a cambio no irás a la cárcel o mucho mejor, no te enfrentarás a mi madre... créelo estas ganando. 

Yo me quede congelada ante él y sus locuras. Estaba a punto de reírme.

—Esta buena la broma —admití.

—Contaré hasta tres, si se termino de contar y no has tomado una decisión, la tomaré yo y créeme, alguien perderá el poder mucho antes de obtenerlo y no seré yo.

—Deja de bromear.

—No es una broma.

Y estaba tratando de calmarme antes de agarrarlo del cabello.

—Uno... uno y medio, dos... dos y medio —contaba— y... cárcel o boda, elige pronto, cariño.

Yo levante mi mirada, la más furiosa que he tenido en mi vida. Esto ya rebasaba la cordura, mi cordura.

—Cariño, estas bien —entró la reina abruptamente—. ¿Esta chica te hizo daño? ¿Atentó contra tu vida como lo asegura Zac? Sabes que la destruiré si todo esto no fue un simple accidente, la hundiré como algún día se hundió el Titanic.

Y Felix vocalizó "tres", para luego mirar a su progenitora endemoniada.

—Estoy bien, madre —respondió sonriendo y adolorido— ha sido un accidente, afortunadamente mi novia estaba ahí para ayudarme, ¿cierto, cariño?

Y yo apreté mi mandíbula antes de darle la cara a la reina.

—Fue un accidente —repetí— no es necesario que me hunda como el Titanic se hundió.

Ella entrecerró los ojos, mirándome de pies a cabeza, abalizándome.

—Eres una chica maleducada —soltó— te faltó la reverencia ante su majestad.

Y yo sonreí, tratando de entender lo chistoso de mi vida. Es que, ni siquiera soy un chiste agradable, soy de esos chistes tan malos que dan risa de los malos que son.

—Cierto. Olvidaba algo tan importante como la reverencia.

Y ambos esperaban mi reverencia. En mi desgraciada vida nunca había hecho una reverencia, y ahora, justamente ahora tenía que hacerlo cuando estaba a punto de matar a todos y huir a Canadá.

—Su majestad.

Y fui torpe, pero al menos eso disgustó a la reina. Así que mi vida prácticamente se estaba hundiendo sin la necesidad de que la reina lo hiciera, yo misma ya lo estaba haciendo.

—Lillie, acércate —pidió el príncipe.

Yo me acerqué, sin muchas ganas. Él tomó mi mano y la besó suavemente.

—Lillie y yo... nos vamos a casar, madre.

No sabía quien se iba a infartar primero, si la madre de este loco o yo. Estaba reñida la competencia

—¿Que mi hija que? —preguntó mi madre, para al final entrar desmayada.

Y creo que podría acompañar a mi madre.

Salí de la habitación porque se me estaba haciendo asfixiante, pero al salir por la puerta me detuve.
Al parecer todos lo habían oído, todos estaban enterados de mi futura boda.

—Lillie, ¿vas a casarte? —preguntó Santiago, sorprendido.

—¡Es imposible que recién nos estemos enterando de esto, Estrellita!

Créeme, Nicolás, yo apenas me estoy enterando, quería gritarle.

—Deben estar bromeando, cierto prima —Pamela preguntó, realmente nerviosa.

—Bueno, el príncipe consiguió lo que tanto quería —comentó Amanda.

Huí de ese pasillo tan abrumador.
No sabía que había hecho, no sabía porque lo había hecho, no tenía porque haber guardado silencio o mejor, tuve que haber hablado, haberlo negado. No había una relación real con Félix y ahora todos creían que si.
Y sin mencionar el hecho de que Félix recordaba perfectamente que la causa de que estuviera aquí era yo.

Bueno, Dios, ¿que hice mal y por qué te ensañas con esta simple mortal?

Mi exilio con la abuela 2Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt