El lugar lucía casi vacío a pesar de su tamaño, con un par de lámparas de apariencia amarillenta encendidas aleatoriamente sobre las mesas y los muros, y un silencio tan intenso que incluso las suelas de goma de sus zapatos parecían resonar contra el encerado suelo de madera, haciendo un poco de eco a través de los altos estantes y los reducidos huecos aquí y allá.

Reese sintió una ansiedad inmensa por romper algo tan sólo para deshacerse de la estúpida sensación de ultratumba abrumándolo en todas direcciones.

Sin embargo, se contuvo.

Afuera estaba oscuro ya, y por la casi inexistente cantidad de gente, que cada vez se reducía más a medida que avanzaba, supuso que estaban a punto de cerrar, si es que para ese punto no lo habían hecho ya.

Anduvo por los pasillos inesperadamente intimidantes, buscando una cabeza cobriza y una nariz de botón unidas a un cuerpo compacto e impresionantemente flexible que-

«Carajo»

Sacudió la cabeza con fuerza intentando despejarla, y apenas consiguió tragarse el bufido de irritación contra sí mismo antes de volver a concentrarse en el objetivo de su búsqueda.

Al poco tiempo lo vio;

Bueno, vio la cabeza y el cuerpo, porque la nariz y el resto de la cara estaban hundidas en un libro abierto a la mitad sobre la superficie de la mesa.

La biblioteca de la escuela y una pública en Boston que estaba a unas calles del departamento se habían convertido en el sitio personal de Malcolm durante toda la semana, y aunque según él sólo le quedaba un examen por hacer para liberarse oficialmente de todo, tomando en cuenta la forma en que se lo había descrito, y que ese día en particular se había quedado ahí más tiempo de lo normal, también era el más importante al parecer.

Reese suspiró de nuevo, porque nunca, ni cuando estaba en sus antiguas clases para genios lo había visto así, y, mientras se acercaba hasta sacudirlo suavemente del hombro, la extraña sensación cada vez más familiar volvió a extenderse dentro de él.

Los ojos azul bebé se abrieron de un tirón, y Reese fue apenas lo suficientemente rápido como para cubrirle la boca con una de sus manos antes de que gritara, o algo, en el momento en que Malcolm se incorporó agitado sobre la silla como un pequeño resorte.

Él sonrió un segundo más tarde, guiado por el curioso chispazo de calidez envolviéndole el estómago gracias a la imagen y dando un paso hacia atrás después de que su hermano se calmara al verlo ya con claridad.

Sin embargo, la sutil sonrisa tambaleó sobre su boca cuando la lengua de Malcolm salió para humedecerse los labios en un inocente acto de reflejo luego de que lo soltara de su agarre por completo.

—¿Qué haces aquí?

La voz le salió ligeramente inestable a pesar de la obvia confusión, y Reese supuso que no había dormido tanto como se lo parecía en un inicio y en su lugar probablemente acababa de caer rendido en un descuido.

—Vine por ti —respondió con simpleza, y Malcolm lo miró raro.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Lo dijiste en la mañana —contestó de la misma forma honesta que antes, reservándose el sardónico comentario sobre que además se había pasado cada tarde ahí durante toda la semana como para no saberlo, y ampliando más la renovada sonrisa de manera inconsciente cuando lo vio tallarse los adormilados ojos con los dedos y parte de sus mangas.

—¿En serio? Vaya... —bostezó, cubriéndose con ambas manos antes de comenzar a guardar sus cosas dentro de la mochila—, en verdad tengo la cabeza en otro lado...

Serotonina [Wilkercest]Where stories live. Discover now